miércoles, 31 de enero de 2007

( 6 ) - Los Dióscuros: Cástor y Pólux

El motivo de hacer este inciso a propósito de Cástor y Pólux, más que obligado por su presencia en el exvoto de los lacedemonios, obedece a la existencia en el Foro de Roma de un precioso templo dedicado a ellos y del que se conservan tres columnas y, siendo tú, querido amigo, un experto romanista, o cuando menos un contumaz usuario de los lugares arqueológicos como lugar de siesta, si alguna vez tienes por ventura dormirte a los pies del templo de estos dos hermanos mientras que tus alumnos se afanan en el recorrido del Foro, al menos ten conocimiento de quienes eran los Dióscuros, no vaya a ser que a alguno de esos alumnos no se le ocurra mejor idea que despertarte preguntándote acerca de ellos.

La mitología de los Dióscuros es extensa y difícilmente comprensible si no se desarrolla en su totalidad, por lo que me guardaré de extenderme en ella. Tan sólo diremos que Cástor y Pólux eran dos gemelos de madre común (la princesa etolia Leda) pero de padre distinto, de tal manera que mientras Cástor, junto con Clitemnestra (esposa de Agamenón), era hijo del rey de Esparta, Tindáreo, Pólux, junto con Helena, era hijo de Zeus. Por un motivo al que no aludiremos, Cástor perdió la vida mientras que Pólux resultó gravemente herido. Ante esto, intervino Zeus, aniquilando con el rayo a quienes habían herido a su hijo mientras llevaba a éste al cielo para hacerlo inmortal. Sin embargo, Pólux no aceptó esa inmortalidad si con ello había de permanecer separado de su hermano, por lo que Zeus alcanzó la solución de compromiso de que ambos gemelos serían inmortales a días alternos: un día será inmortal Cástor, mientras que ese mismo día Pólux sería mortal, para al día siguiente invertirse ambas condiciones, resultando así de manera sucesiva para el futuro. Por su parte, los dioses colocaron a los dos gemelos en el cielo formando la constelación de Géminis (“los gemelos”), representando las dos apariencias del planeta Venus bajo la forma de la Estrella Matutina y la Estrella Vespertina: una aparece en el cielo cuando la otra se pone, de la misma forma que un día era inmortal Cástor para serlo Pólux al día siguiente.

Los Dióscuros eran dioses salvadores que tenían el privilegio de poder intervenir de improviso en unas actuaciones breves y fulgurantes. Así, en el mar, cuando los marineros se encontraban en peligro, los Dióscuros aparecían como “los que iluminan”, los Phosphoroi que brillaban en la punta de los mástiles. Los navegantes angustiados, que les ofrecían en sacrificio corderos blancos que habían sido degollados en la popa del navío, les pedían que calmaran los vientos, que alejaran las nubes sombrías y que hicieran brillar en medio de la noche la luz evocada por medio de las víctimas de color blanco. Una manera que Plutarco definió en términos precisos: "No navegan con los hombres, no comparten sus peligros, pero aparecen en el cielo y son sus salvadores". Tanto en el mar como en las batallas en las que aparecen los dos caballeros luminosos, los Dióscuros llevan a la salvación instantánea para desaparecer a continuación en lo invisible, desde donde su presencia jamás resultaba evocada en vano.

Vista de manera muy sucinta una parte de la naturaleza de los Dióscuros, se comprende ahora la razón de su presencia en el exvoto de los lacedemonios erigido en recuerdo de la victoria espartana en la batalla naval de Egospótamos. Por una parte, uno de ellos, Cástor, era hijo de un espartano y, por la otra, ambos eran divinidades a las que a menudo imploraban los marinos.

La razón de la existencia de un templo erigido en su honor en el Foro de Roma tiene su origen en las leyendas romanas elaboradas en los primeros tiempos de la República. Una vez exiliado Tarquinio el Soberbio en el año 509 a.C., la incipiente república hubo de hacer frente a los continuos intentos de éste por recuperar el poder, para lo cual pidió y obtuvo ayuda de los etruscos. Así, los ejércitos etruscos de la ciudad de Veyes marcharon sobre Roma y en la legendaria batalla de la selva Arcia murió Bruto, uno de los dos primeros cónsules romanos [1]. Sin embargo, durante la noche, espantados por la voz de Silvano [2], los etruscos se retiraron dejando el campo de batalla en manos de los romanos. Fracasada esta tentativa, Tarquinio recurrió a Porsena, rey de la etrusca Clusium, quien por otra parte consideraba útil la restauración de la monarquía en Roma, pero, habiendo fracasado en el intento de tomar la ciudad por sorpresa debido al legendario heroísmo del soldado Publio Horacio Cocles, quien mantuvo a raya al ejército etrusco mientras sus compañeros de armas destruían el puente sobre el Tíber, inició entonces un paciente asedio de la ciudad durante el que el joven patricio Cayo Mucio se ofreció voluntario para dirigirse al campamento enemigo y matar al rey etrusco. Capturado y conducido ante el rey, Mucio declaró que el propósito de su misión era el de matarle y que la juventud romana estaba dispuesta a seguir su ejemplo. Amenazado con torturas si no informaba con detalle de la situación en Roma, Mucio colocó de inmediato su mano derecha sobre un brasero ardiente y la mantuvo pacientemente en él hasta que la hubo quemado totalmente, con el fin de demostrar el poco temor a ser torturado. En adelante, Mucio recibió el nombre adicional de “escévola” ( “zurdo” ), mientras que Porsena, continúa la leyenda, quedó tan impresionado por este heroísmo que renunció a tomar una ciudad poblada por tales hombres. Negoció la paz y puso fin al asedio.

Esta es la tradición más difundida sobre la guerra con Porsena. Sin embargo, según Tácito y Plinio el Viejo, Roma fue ocupada por Porsena, quien impuso a los romanos un duro tratado en el que se obligaba, entre otras cosas, a usar el hierro tan sólo para construir instrumentos agrícolas, si bien no restableció la monarquía.

La última aparición de los Tarquinios en la leyenda romana tuvo lugar en el 496 a.C., cuando las ciudades latinas, aprovechándose de las pérdidas romanas habidas por la disputa con Porsena, trataron de rematar la faena. El ejército latino, con Tarquinio el Soberbio y sus hijos al frente, se encontraron con las tropas romanas cerca de la misma ciudad de Roma. Los romanos obtuvieron una victoria completa y, con excepción del viejo rey, la familia de Tarquinio fue aniquilada, mientras que éste se retiró a Cumas en donde murió. En esta batalla, dice la leyenda, el ejército romano fue ayudado por dos jinetes de dimensiones y fuerzas sobrehumanas. Se creía que eran Cástor y Pólux, a los que los romanos erigieron templos y les rindieron honores especiales, siendo esta la razón de su templo en el Foro.


[1] El otro era Lucio Tarquinio Colatino.
[2] Una de las denominaciones, junto a Fauno, con las que los romanos se referían al dios originariamente griego Pan que, como habíamos dicho, provocaba el “pánico” en las tropas enemigas.

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