Solón apareció en la arena política cuando la práctica totalidad de las ciudades griegas eran gobernadas por tiranos. La palabra “tirano” en la antigua Grecia significaba a aquel que ostentaba el poder si autoridad legítima, a diferencia del rey, pero sin que con ella se quisiera hacer alusión a su forma despótica de gobierno ni a su calidad como ser humano. El juicio de estos aspectos del tirano, invariablemente peyorativos, se gestaría más adelante, cuando los griegos, volviendo la vista atrás hacia la época de la tiranía, tergiversaron la historia para acomodarla a su reciente condena moral. Sin embargo, nunca ocultaron el hecho de que los tiranos fueron personalmente muy distintos unos de otros, y que algunos de ellos habían gobernado con acierto, justicia y benevolencia.
El momento en el que la figura de Solón alcanzó protagonismo en la vida ateniense tiene mucho que ver con la Mégara que habíamos visto fundar Bizancio (Estambul). En efecto, Mégara y Atenas mantenían históricamente un contencioso acerca de la soberanía sobre la isla de Salamina, lo cual dio lugar a un sinnúmero de conflictos entre ambas ciudades. En el momento de la historia en el que nos encontramos, Salamina estaba bajo los dominios de Mégara, y el gobierno ateniense, no viendo la manera de recuperar la isla, resolvió renunciar a ella de manera definitiva por medio de una ley que condenaba a muerte a todo aquel que tratara de renovar la lucha para reconquistarla. Sin embargo, en contra de la citada ley, Solón llamó a los ciudadanos a iniciar la guerra contra Mégara, la ley fue abolida y él mismo fue puesto al mando de las tropas atenienses que, finalmente, lograron reconquistar para la metrópolis la isla en disputa. Tras ello, el pueblo de Atenas solicitó a Solón se convirtiera en su tirano, a lo que éste se negó, aceptando, por el contrario, el título de arconte con plenos poderes con el fin de iniciar un amplio programa de reformas que hacía tiempo llevaba madurando. Corría por aquel entonces el año 594 a.C.
Su primera medida, la “seisákhtheia” (“arrojar el lastre”), tenía por objeto evitar la explotación abusiva del campesinado y, en virtud de ella, se cancelaron las deudas y, así, los numerosos atenienses que estaban sujetos a la entrega de una parte de su cosecha o que habían pasado a la servidumbre a causa de las deudas, fueron liberados. Otra de las leyes prohibía en lo sucesivo la costumbre de hipotecar a las personas como fianza de sus deudas y, además, con el fin de propiciar un desarrollo más libre de la comunidad civil ateniense, las leyes de Solón previeron una serie de medidas orientadas a estimular la actividad económica. Así, por ejemplo, se siguió manteniendo en vigor una ley de Dracón [1] que reprimía la ociosidad aunque se suavizó el castigo por la violación de la misma, de tal forma que la pena capital fue reemplazada por la “atimia” (privación de los derechos civiles) y por una multa.
Las leyes de Solón prohibían también la exportación de cereales fuera de las fronteras del Ática, pero estimulaban en cambio, la exportación de aceite de oliva. Legislativamente se promulgaron disposiciones acerca del orden y métodos a emplear en la plantación de olivos, así como también acerca de cómo cavar pozos y de la manera de hacer uso de los mismos, lo cual estaba dotado de gran valor económico y social a causa de la aridez del Ática. Por otra parte, en la legislación de Solón apareció también una tendencia a estimular los oficios artesanales, y así, por ejemplo, una ley especial eximía al hijo de la obligación de mantener a su padre anciano si éste no le había hecho aprender ningún oficio. También, en interés del desarrollo del comercio ateniense, y con el fin de liberar a Atenas de la influencia comercial de la isla de Egina, se promulgó una reforma monetaria y se estableció un nuevo sistema de pesas y medidas. Simultáneamente con la estimulación de la actividad productiva, la legislación había emprendido una campaña contra toda clase de excesos y gastos improductivos, de tal manera que, por ejemplo, una ley especial exigía la reducción de los gastos de sepelio y prohibía los funerales suntuosos así como la inmolación de bueyes en holocausto en honor del fallecido; asimismo se prohibió erigir sepulcros cuyo coste fuera superior del de uno que pudieran construir diez personas en el curso de tres días.
Sin embargo, una de las reformas más importantes de Solón fue la del censo, en función de la cual toda la población ateniense libre fue dividida en cuatro categorías según la cuantía de sus ingresos, sin tomar en consideración la procedencia del censado, lo cual tuvo importantes consecuencias a la hora de afrontar las cargas militares y de delimitar los derechos políticos. En efecto, la introducción del censo de bienes reducía a cero los privilegios políticos de los nobles de tal manera que el condicionante principal para ocupar los cargos públicos ya no lo constituía la nobleza de origen sino la situación económica, por lo que, de esta forma, los nobles se vieron abocados a compartir el poder político con las personas pudientes procedentes de las capas artesano-mercantiles de la población.
Después de haber sido promulgadas las reformas de Solón, la lucha social en el Ática se enardeció con renovado vigor puesto que, mientras por una parte, los nobles se resistían a aceptar las pérdidas de sus privilegios y, por ello, ansiaban el retorno al orden imperante antes de la entrada en vigor de las medidas puestas en marcha por el legislador, por la otra, el campesinado, habiendo recibido cierto alivio en las cargas por endeudamiento, apetecía una reforma más radical puesto que las reformas de Solón no solucionaban la cuestión principal, esto es, la posesión de la tierra.
Según la tradición, sin que ello pueda considerarse históricamente veraz, ante tal estado de las cosas, Solón, no queriendo ser testigo del desmoronamiento de sus reformas, abandonó el Ática tras haber obtenido de sus conciudadanos un juramento de fidelidad a sus leyes durante un periodo de diez años. Sin embargo, ante el hecho cierto de que Solón abandonó el Ática, lo que parece que en mayor medida lo indujo a tomar esta decisión fue el temor a que los extremistas más insatisfechos le presionaran a fin de introducir reformas más radicales y lo convirtieran en tirano.
Durante los primeros cuatro años que siguieron a la partida de Solón, los atenienses vivieron en relativo sosiego, pero al quinto año los disturbios habían alcanzado tal magnitud que no pudieron celebrarse los comicios para las elecciones de arcontes. Posteriormente, en el 545 a.C., y tras varios intentos anteriores fracasados, Pisístrato se convirtió en tirano. A su muerte, ocurrida en el 527 a.C., le sucedió su primogénito, Hipias, el que más adelante, en el 510 a.C., sería expulsado de Atenas tomando su relevo Clístenes, quien sentaría las bases del sistema democrático.
Por tanto, hemos visto en Solón a un gran legislador cuyas reformas significaron una revolución en las relaciones de propiedad. Según dice Engels, “Solón inicia la serie de lo que se llama “revoluciones políticas” y lo hace con un ataque a la propiedad”, por lo que, si bien es cierto que no puede considerarse a Solón como instaurador de la democracia en Atenas, si puso a ésta en su camino.
[1] El que dio nombre a las referidas, en ocasiones, como “condiciones draconianas”, expresión con la que aludimos a unas condiciones impuestas que son de muy difícil cumplimiento.
El momento en el que la figura de Solón alcanzó protagonismo en la vida ateniense tiene mucho que ver con la Mégara que habíamos visto fundar Bizancio (Estambul). En efecto, Mégara y Atenas mantenían históricamente un contencioso acerca de la soberanía sobre la isla de Salamina, lo cual dio lugar a un sinnúmero de conflictos entre ambas ciudades. En el momento de la historia en el que nos encontramos, Salamina estaba bajo los dominios de Mégara, y el gobierno ateniense, no viendo la manera de recuperar la isla, resolvió renunciar a ella de manera definitiva por medio de una ley que condenaba a muerte a todo aquel que tratara de renovar la lucha para reconquistarla. Sin embargo, en contra de la citada ley, Solón llamó a los ciudadanos a iniciar la guerra contra Mégara, la ley fue abolida y él mismo fue puesto al mando de las tropas atenienses que, finalmente, lograron reconquistar para la metrópolis la isla en disputa. Tras ello, el pueblo de Atenas solicitó a Solón se convirtiera en su tirano, a lo que éste se negó, aceptando, por el contrario, el título de arconte con plenos poderes con el fin de iniciar un amplio programa de reformas que hacía tiempo llevaba madurando. Corría por aquel entonces el año 594 a.C.
Su primera medida, la “seisákhtheia” (“arrojar el lastre”), tenía por objeto evitar la explotación abusiva del campesinado y, en virtud de ella, se cancelaron las deudas y, así, los numerosos atenienses que estaban sujetos a la entrega de una parte de su cosecha o que habían pasado a la servidumbre a causa de las deudas, fueron liberados. Otra de las leyes prohibía en lo sucesivo la costumbre de hipotecar a las personas como fianza de sus deudas y, además, con el fin de propiciar un desarrollo más libre de la comunidad civil ateniense, las leyes de Solón previeron una serie de medidas orientadas a estimular la actividad económica. Así, por ejemplo, se siguió manteniendo en vigor una ley de Dracón [1] que reprimía la ociosidad aunque se suavizó el castigo por la violación de la misma, de tal forma que la pena capital fue reemplazada por la “atimia” (privación de los derechos civiles) y por una multa.
Las leyes de Solón prohibían también la exportación de cereales fuera de las fronteras del Ática, pero estimulaban en cambio, la exportación de aceite de oliva. Legislativamente se promulgaron disposiciones acerca del orden y métodos a emplear en la plantación de olivos, así como también acerca de cómo cavar pozos y de la manera de hacer uso de los mismos, lo cual estaba dotado de gran valor económico y social a causa de la aridez del Ática. Por otra parte, en la legislación de Solón apareció también una tendencia a estimular los oficios artesanales, y así, por ejemplo, una ley especial eximía al hijo de la obligación de mantener a su padre anciano si éste no le había hecho aprender ningún oficio. También, en interés del desarrollo del comercio ateniense, y con el fin de liberar a Atenas de la influencia comercial de la isla de Egina, se promulgó una reforma monetaria y se estableció un nuevo sistema de pesas y medidas. Simultáneamente con la estimulación de la actividad productiva, la legislación había emprendido una campaña contra toda clase de excesos y gastos improductivos, de tal manera que, por ejemplo, una ley especial exigía la reducción de los gastos de sepelio y prohibía los funerales suntuosos así como la inmolación de bueyes en holocausto en honor del fallecido; asimismo se prohibió erigir sepulcros cuyo coste fuera superior del de uno que pudieran construir diez personas en el curso de tres días.
Sin embargo, una de las reformas más importantes de Solón fue la del censo, en función de la cual toda la población ateniense libre fue dividida en cuatro categorías según la cuantía de sus ingresos, sin tomar en consideración la procedencia del censado, lo cual tuvo importantes consecuencias a la hora de afrontar las cargas militares y de delimitar los derechos políticos. En efecto, la introducción del censo de bienes reducía a cero los privilegios políticos de los nobles de tal manera que el condicionante principal para ocupar los cargos públicos ya no lo constituía la nobleza de origen sino la situación económica, por lo que, de esta forma, los nobles se vieron abocados a compartir el poder político con las personas pudientes procedentes de las capas artesano-mercantiles de la población.
Después de haber sido promulgadas las reformas de Solón, la lucha social en el Ática se enardeció con renovado vigor puesto que, mientras por una parte, los nobles se resistían a aceptar las pérdidas de sus privilegios y, por ello, ansiaban el retorno al orden imperante antes de la entrada en vigor de las medidas puestas en marcha por el legislador, por la otra, el campesinado, habiendo recibido cierto alivio en las cargas por endeudamiento, apetecía una reforma más radical puesto que las reformas de Solón no solucionaban la cuestión principal, esto es, la posesión de la tierra.
Según la tradición, sin que ello pueda considerarse históricamente veraz, ante tal estado de las cosas, Solón, no queriendo ser testigo del desmoronamiento de sus reformas, abandonó el Ática tras haber obtenido de sus conciudadanos un juramento de fidelidad a sus leyes durante un periodo de diez años. Sin embargo, ante el hecho cierto de que Solón abandonó el Ática, lo que parece que en mayor medida lo indujo a tomar esta decisión fue el temor a que los extremistas más insatisfechos le presionaran a fin de introducir reformas más radicales y lo convirtieran en tirano.
Durante los primeros cuatro años que siguieron a la partida de Solón, los atenienses vivieron en relativo sosiego, pero al quinto año los disturbios habían alcanzado tal magnitud que no pudieron celebrarse los comicios para las elecciones de arcontes. Posteriormente, en el 545 a.C., y tras varios intentos anteriores fracasados, Pisístrato se convirtió en tirano. A su muerte, ocurrida en el 527 a.C., le sucedió su primogénito, Hipias, el que más adelante, en el 510 a.C., sería expulsado de Atenas tomando su relevo Clístenes, quien sentaría las bases del sistema democrático.
Por tanto, hemos visto en Solón a un gran legislador cuyas reformas significaron una revolución en las relaciones de propiedad. Según dice Engels, “Solón inicia la serie de lo que se llama “revoluciones políticas” y lo hace con un ataque a la propiedad”, por lo que, si bien es cierto que no puede considerarse a Solón como instaurador de la democracia en Atenas, si puso a ésta en su camino.
[1] El que dio nombre a las referidas, en ocasiones, como “condiciones draconianas”, expresión con la que aludimos a unas condiciones impuestas que son de muy difícil cumplimiento.
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