Tras el rotundo éxito obtenido por la flota aliada griega en la batalla de Salamina, librada el 28 de septiembre del 480 a.C. contra el todopoderoso ejército persa del emperador Jerjes, la amenaza no había, sin embargo, desaparecido, pues el ejército persa de tierra firme se encontraba prácticamente intacto y ocupando el Ática, región a la que pertenecía Atenas. En efecto, cuando las tropas persas se encontraban próximas a Atenas, la población fue evacuada a Trecén, de tal manera que cuando aquellas hicieron su aparición en la ciudad ésta se encontraba vacía, a excepción de aquellos que, como más adelante veremos, haciendo caso omiso de las recomendaciones de Temístocles, se refugiaron en la Acrópolis, donde fueron aniquilados sin mayor dificultad por los invasores.
Después de la derrota de Salamina, Jerjes, temiendo que la victoria aliada sirviera de estímulo para la sublevación de las ciudades filohelénicas del litoral del Asia Menor que estaban bajo su dominio, abandona Grecia dejando el mando de las tropas a Mardonio. Sin embargo, tras fracasados intentos de sobornar a los atenienses a fin de que estos se excluyeran de la alianza a cambio de independencia y de más territorio, un año después, a finales de junio del 479 a.C., las tropas griegas, al mando del regente espartano Pausanias, derrotaron a los persas en la llanura situada a los pies del monte Citerión, cerca de la ciudad de Platea. Para celebrar el triunfo, los griegos erigieron altares en el mismo campo de batalla en honor de Zeus Eleuterios (“El Libertador”) y, con el botín tomado al enemigo, construyeron una columna de bronce en forma de tres cuerpos de serpiente entrelazados sobre la que fue colocado un trípode de oro. Sobre la columna fueron grabados los nombres de las treinta y una ciudades que habían participado con tropas en la batalla y el conjunto fue donado al santuario de Apolo en Delfos.
La batalla de Platea, por tanto, es de una crucial importancia en la Historia ya que, junto con la aniquilación de los últimos restos persas llevada a cabo en ese mismo año en la batalla de Micala, supone el fin definitivo de la amenaza y el inicio de la supremacía de Atenas bajo el liderazgo de Pericles.
La batalla de Platea, por tanto, es de una crucial importancia en la Historia ya que, junto con la aniquilación de los últimos restos persas llevada a cabo en ese mismo año en la batalla de Micala, supone el fin definitivo de la amenaza y el inicio de la supremacía de Atenas bajo el liderazgo de Pericles.
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