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lunes, 5 de febrero de 2007
miércoles, 31 de enero de 2007
( 1 ) - Mégara
Ciudad situada en el istmo que comunica la Grecia central con la Península del Peloponeso, comenzó a adquirir importancia a partir del siglo VIII a.C., habiendo ocupado hasta entonces una situación de atraso con respecto al resto de Grecia. Su situación geográfica le permitió participar activamente en el desarrollo comercial y mercantil que tanta incidencia tuvo en la etapa arcaica griega. Su territorio quedaba abierto al golfo Sarónico, aunque su cercanía al de Corinto también sirvió para que éste se convirtiera en salida natural de los megarienses para sus actividades comerciales.
Debido a su escaso territorio, el sistema básico de vida entre sus habitantes estuvo condicionado a sus salidas hacia el exterior, de ahí que fuese uno de los núcleos colonizadores más importantes de Grecia, estando perfectamente documentado que fundó colonias en el Mediterráneo occidental (Selinunte, Mégara, etc.) y, en sentido opuesto, llegó hasta el Ponto Euxino (el actual Mar Negro), fundando colonias como Astaco, Calcedonia y Bizancio (Estambul). Por tanto, dejando a un lado el posible aderezo del oráculo y de la “tierra de los ciegos”, lo que está históricamente contrastado es que Estambul fue fundada por los megarienses.
Debido a su escaso territorio, el sistema básico de vida entre sus habitantes estuvo condicionado a sus salidas hacia el exterior, de ahí que fuese uno de los núcleos colonizadores más importantes de Grecia, estando perfectamente documentado que fundó colonias en el Mediterráneo occidental (Selinunte, Mégara, etc.) y, en sentido opuesto, llegó hasta el Ponto Euxino (el actual Mar Negro), fundando colonias como Astaco, Calcedonia y Bizancio (Estambul). Por tanto, dejando a un lado el posible aderezo del oráculo y de la “tierra de los ciegos”, lo que está históricamente contrastado es que Estambul fue fundada por los megarienses.
( 2 ) - Deir-el-Bahari
Deir el-Bahari es el lugar en donde la reina Hatshepsut levantó un grandioso templo para mayor gloria de su padre, Thutmosis I, y de ella misma, siendo el encargado de ejecutar el proyecto su amante Semnut. Muchos siglos después, el templo fue transformado en un convento cristiano conocido con el nombre de “Convento del Norte”, “Deir el-Bahari” en el idioma local.
Aún cuando es bien cierto que la historia de Hashepsut es totalmente ajena al objetivo del presente trabajo, me resulta difícil sustraerme a escribir unas pocas líneas en su memoria ya que no en vano ella es una de las escasas faraones con una especial relevancia en la historia del Antiguo Egipto, tanto en lo referente a la duración de su reinado como a la situación política en la que tuvo que desenvolverse.
Hatshepsut, Maat-Ka-Ra en idioma egipcio, fue la más grande de todas las reinas que gobernaron el Egipto de los faraones, pues, aún sin haber emprendido ninguna campaña militar, mantuvo todas las conquistas de sus predecesores, estabilizó y mantuvo el orden en el interior del convulso imperio e inició expediciones de carácter comercial a los países vecinos, como la famosa expedición marítima al país de Punt, la actual Somalia, cuya representación aparece en una de las paredes exteriores del templo. Sin embargo, su reinado, desarrollado durante la XVIII dinastía, entre los años 1505 y 1484 a.C., resultó uno de los más controvertidos de la historia del país debido a la sospechosa legitimidad de su derecho al trono y a la reivindicación que del mismo planteó el que más tarde sería su sucesor, el gran Thutmosis III, uno de los tres grandes faraones del país del Nilo.
Aún cuando es bien cierto que la historia de Hashepsut es totalmente ajena al objetivo del presente trabajo, me resulta difícil sustraerme a escribir unas pocas líneas en su memoria ya que no en vano ella es una de las escasas faraones con una especial relevancia en la historia del Antiguo Egipto, tanto en lo referente a la duración de su reinado como a la situación política en la que tuvo que desenvolverse.
Hatshepsut, Maat-Ka-Ra en idioma egipcio, fue la más grande de todas las reinas que gobernaron el Egipto de los faraones, pues, aún sin haber emprendido ninguna campaña militar, mantuvo todas las conquistas de sus predecesores, estabilizó y mantuvo el orden en el interior del convulso imperio e inició expediciones de carácter comercial a los países vecinos, como la famosa expedición marítima al país de Punt, la actual Somalia, cuya representación aparece en una de las paredes exteriores del templo. Sin embargo, su reinado, desarrollado durante la XVIII dinastía, entre los años 1505 y 1484 a.C., resultó uno de los más controvertidos de la historia del país debido a la sospechosa legitimidad de su derecho al trono y a la reivindicación que del mismo planteó el que más tarde sería su sucesor, el gran Thutmosis III, uno de los tres grandes faraones del país del Nilo.
Hatshepsut, hija del faraón Thutmosis I y su esposa Ahmes, contrajo matrimonio con su hermano Thutmosis II, hijo de Thutmosis I y una de sus concubinas, accediendo ambos al trono a la muerte de su padre. Más adelante, Thutmosis II tuvo un hijo con una de sus favoritas, el que más adelante subiría al trono con el nombre de Thutmosis III, hijastro, por tanto de Hatshepsut. A la muerte de Thutmosis II, el futuro Thutmosis III reclamó su derecho a la sucesión de su padre ya que el matrimonio entre éste y la reina no había tenido descendencia. Sin embargo, la reclamación no fue tenida en cuenta por Hatshepsut, quien, para justificar ante el pueblo su legitimidad como ocupante del trono, elabora el mito del origen divino de su nacimiento, según el cual ella habría sido fruto de la unión del dios Amón con su madre Ahmes, lo que resulta excepcional en la mitología egipcia, en la que, a diferencia de lo que ocurre en la griega, donde este hecho es muy común, la unión carnal entre dioses y mortales no existe. Este mito del origen divino de Hatshepsut se encuentra representado en las paredes exteriores del templo de Deir el-Bahri, en donde puede verse un bajorrelieve policromado representando a su madre Ahmes presuntamente embarazada por intercesión de Amón.
De esta forma, Hatshepsut justificó su derecho al trono y relegó a su hijastro al desempeño de labores administrativas de segundo orden mientras ella gobernaba Egipto asumiendo, para imprimir carácter a sus acciones, los atributos masculinos. De esta forma, en sus escasas (por el motivo que veremos) representaciones, la reina aparece ataviada con ropas masculinas y cubriendo su mentón con una barba postiza.
A la muerte de Hatshepsut, el odio contenido por Thutmosis III provocó una violenta represalia contra sus colaboradores y contra todo aquello que recordara a la reina. Sus estatuas fueron destruidas y los bajorrelieves que contenían representaciones de la reina fueron cincelados, así como destruidos todos aquellos documentos que contuvieran su nombre, pues, esto último, suponía el ejercicio de la mayor venganza que un enemigo podía dispensar a su enemigo (una especie de "damnatio memoriae" aplicada posteriormente por los romanos). En efecto, el nombre representaba para los antiguos egipcios lo más preciado que se poseía, pues el nombre era el garante que posibilitaba al individuo la perpetuación de su ser, aspecto este esencial en la concepción de la vida, del hecho de la muerte y de la religión para un egipcio. Bastaba que tras la muerte alguien recordara el nombre del difunto para asegurarle la continuidad de la vida después de muerto. Por ello, la más temida condena para un egipcio consistía en que su nombre, una vez difunto, fuera borrado de las inscripciones pues, de esta forma, no podría ser nombrado. Así actuó Thutmosis III en un vano intento de borrar de la Historia y de impedir la continuidad de su vida después de muerta de la odiada Hatshepsut, quien sin embargo, pese a ello, conserva un lugar preeminente como la más grande de todas las reinas que gobernaron Egipto.
La razón por la cual Thutmosis III mandó erigir en Deir el-Bahri el obelisco que podemos ver en el antiguo hipódromo de Estambul podría parecer estar en contradicción con lo dicho hasta ahora, pues, al fin y al cabo, se trataría de añadir un monumento a un lugar enteramente consagrado a su gran enemiga. Sin embargo, la explicación es bien sencilla. En efecto, una vez que las representaciones y el nombre de Hatshepsut hubieron sido destruidas y borradas del templo, el hecho de colocar el obelisco con el nombre del faraón supone un intento de Thutmosis III por apropiarse de la autoría de aquel, lo cual, de cara a las generaciones futuras, supondría incrementar su gloria al mismo tiempo que contribuiría, aún en mayor medida, a que el nombre de la faraona fuera olvidado. Esta práctica de usurpación de monumentos sería llevada a cabo, esta vez de manera sistemática, unos siglos más tarde por el célebre Ramsés II, de tal manera que muchos de los monumentos y construcciones atribuidas clásicamente a él no son más que meras apropiaciones de lo por otros realizado y que Ramsés pretendía hacer suyas a fin de incrementar su gloria de cara a los siglos futuros.
La razón por la cual Thutmosis III mandó erigir en Deir el-Bahri el obelisco que podemos ver en el antiguo hipódromo de Estambul podría parecer estar en contradicción con lo dicho hasta ahora, pues, al fin y al cabo, se trataría de añadir un monumento a un lugar enteramente consagrado a su gran enemiga. Sin embargo, la explicación es bien sencilla. En efecto, una vez que las representaciones y el nombre de Hatshepsut hubieron sido destruidas y borradas del templo, el hecho de colocar el obelisco con el nombre del faraón supone un intento de Thutmosis III por apropiarse de la autoría de aquel, lo cual, de cara a las generaciones futuras, supondría incrementar su gloria al mismo tiempo que contribuiría, aún en mayor medida, a que el nombre de la faraona fuera olvidado. Esta práctica de usurpación de monumentos sería llevada a cabo, esta vez de manera sistemática, unos siglos más tarde por el célebre Ramsés II, de tal manera que muchos de los monumentos y construcciones atribuidas clásicamente a él no son más que meras apropiaciones de lo por otros realizado y que Ramsés pretendía hacer suyas a fin de incrementar su gloria de cara a los siglos futuros.
( 3 ) - La batalla de Platea
Tras el rotundo éxito obtenido por la flota aliada griega en la batalla de Salamina, librada el 28 de septiembre del 480 a.C. contra el todopoderoso ejército persa del emperador Jerjes, la amenaza no había, sin embargo, desaparecido, pues el ejército persa de tierra firme se encontraba prácticamente intacto y ocupando el Ática, región a la que pertenecía Atenas. En efecto, cuando las tropas persas se encontraban próximas a Atenas, la población fue evacuada a Trecén, de tal manera que cuando aquellas hicieron su aparición en la ciudad ésta se encontraba vacía, a excepción de aquellos que, como más adelante veremos, haciendo caso omiso de las recomendaciones de Temístocles, se refugiaron en la Acrópolis, donde fueron aniquilados sin mayor dificultad por los invasores.
Después de la derrota de Salamina, Jerjes, temiendo que la victoria aliada sirviera de estímulo para la sublevación de las ciudades filohelénicas del litoral del Asia Menor que estaban bajo su dominio, abandona Grecia dejando el mando de las tropas a Mardonio. Sin embargo, tras fracasados intentos de sobornar a los atenienses a fin de que estos se excluyeran de la alianza a cambio de independencia y de más territorio, un año después, a finales de junio del 479 a.C., las tropas griegas, al mando del regente espartano Pausanias, derrotaron a los persas en la llanura situada a los pies del monte Citerión, cerca de la ciudad de Platea. Para celebrar el triunfo, los griegos erigieron altares en el mismo campo de batalla en honor de Zeus Eleuterios (“El Libertador”) y, con el botín tomado al enemigo, construyeron una columna de bronce en forma de tres cuerpos de serpiente entrelazados sobre la que fue colocado un trípode de oro. Sobre la columna fueron grabados los nombres de las treinta y una ciudades que habían participado con tropas en la batalla y el conjunto fue donado al santuario de Apolo en Delfos.
La batalla de Platea, por tanto, es de una crucial importancia en la Historia ya que, junto con la aniquilación de los últimos restos persas llevada a cabo en ese mismo año en la batalla de Micala, supone el fin definitivo de la amenaza y el inicio de la supremacía de Atenas bajo el liderazgo de Pericles.
La batalla de Platea, por tanto, es de una crucial importancia en la Historia ya que, junto con la aniquilación de los últimos restos persas llevada a cabo en ese mismo año en la batalla de Micala, supone el fin definitivo de la amenaza y el inicio de la supremacía de Atenas bajo el liderazgo de Pericles.
( 4 ) - El mito de la sucesión
El Mito de la Sucesión, formulado por Hesíodo en su Teogonía, establece el relevo de los tres sucesivos ocupantes del reino de los dioses: Urano, Crono y Zeus.
Urano, hijo de la gran madre común, Gea, unido a ésta, engendró en ella seis hijos a los que odiaba y ocultó en los abismos. Ante esto, Gea apeló a sus hijos y los incitó contra su padre, pero, los cinco mayores ( Océano, Creo, Crío, Iápeto y Hiperíon ), empavorecidos, nada responden, mientras que Crono, el menor, que a su vez será destronado por el más joven de sus hijos, le prometió ayuda. Así, su madre le entregó una hoz dentada que ella misma había fabricado y Crono, aprovechando el momento en que su padre Urano estaba extendido en amorosa unión sobre Gea, le cortó los órganos genitales y los arrojó al mar. Esta castración de Urano resultó fecunda, pues las gotas de sangre que manaron de la herida cayeron sobre Gea que, con el tiempo, engendró tres tipos de seres:
· Las Erinies o Furias: Diosas de aspecto horripilante, con los cabellos formados por serpientes y blandiendo en sus manos látigos también formados por serpientes. Sus nombres eran Alecto, Tisífona y Meguera, y eran las encargadas de castigar los delitos de sangre, en especial los parricidios.
· Los Gigantes: Seres intermedios entre los hombres y los dioses, próximos a los dioses por su fuerza pero mortales como los hombres, son protagonistas del pasaje mitológico de la Gigantomaquia en el que entablan lucha con los dioses.
· Las Ninfas Melias: Seres de muy escasa relevancia en la Mitología, identificadas como ninfas de los árboles o de los fresnos en particular.
De la castración de Urano se deriva un hecho mucho más importante que el nacimiento de los citados seres. En efecto, una vez que Crono hubo castrado a su padre Urano, aquel arrojó, como vimos, los genitales al mar, en el que vagaron flotando durante largo tiempo rodeados de una blanca espuma que brota de los miembros inmortales y de la que terminó por formarse una joven que sería la excelsa diosa del amor y de la belleza, Afrodita, la romana Venus [1].
Una vez que Urano fue mutilado por Crono, éste ocupó el poder supremo y se casó con su hermana Rea, de la que tuvo seis hijos: tres hembras (Hestia, Deméter y Hera) y tres varones (Hades, Posidón y Zeus). De manera similar a su padre en tanto al comportamiento con sus hijos, aunque con mayor dureza todavía, Crono los fue devorando conforme iban naciendo. Así sucedió con los cinco primeros pero, cuando está a punto de nacer el último, Zeus, su madre, Rea, por consejo de sus padres Urano y Gea, marchó a Licto, en Creta, para dar a luz. Nacido Zeus, su madre lo escondió en una cueva y dio de comer a Crono una piedra envuelta en pañales que esté creyó que era el recién nacido.
Urano, hijo de la gran madre común, Gea, unido a ésta, engendró en ella seis hijos a los que odiaba y ocultó en los abismos. Ante esto, Gea apeló a sus hijos y los incitó contra su padre, pero, los cinco mayores ( Océano, Creo, Crío, Iápeto y Hiperíon ), empavorecidos, nada responden, mientras que Crono, el menor, que a su vez será destronado por el más joven de sus hijos, le prometió ayuda. Así, su madre le entregó una hoz dentada que ella misma había fabricado y Crono, aprovechando el momento en que su padre Urano estaba extendido en amorosa unión sobre Gea, le cortó los órganos genitales y los arrojó al mar. Esta castración de Urano resultó fecunda, pues las gotas de sangre que manaron de la herida cayeron sobre Gea que, con el tiempo, engendró tres tipos de seres:
· Las Erinies o Furias: Diosas de aspecto horripilante, con los cabellos formados por serpientes y blandiendo en sus manos látigos también formados por serpientes. Sus nombres eran Alecto, Tisífona y Meguera, y eran las encargadas de castigar los delitos de sangre, en especial los parricidios.
· Los Gigantes: Seres intermedios entre los hombres y los dioses, próximos a los dioses por su fuerza pero mortales como los hombres, son protagonistas del pasaje mitológico de la Gigantomaquia en el que entablan lucha con los dioses.
· Las Ninfas Melias: Seres de muy escasa relevancia en la Mitología, identificadas como ninfas de los árboles o de los fresnos en particular.
De la castración de Urano se deriva un hecho mucho más importante que el nacimiento de los citados seres. En efecto, una vez que Crono hubo castrado a su padre Urano, aquel arrojó, como vimos, los genitales al mar, en el que vagaron flotando durante largo tiempo rodeados de una blanca espuma que brota de los miembros inmortales y de la que terminó por formarse una joven que sería la excelsa diosa del amor y de la belleza, Afrodita, la romana Venus [1].
Una vez que Urano fue mutilado por Crono, éste ocupó el poder supremo y se casó con su hermana Rea, de la que tuvo seis hijos: tres hembras (Hestia, Deméter y Hera) y tres varones (Hades, Posidón y Zeus). De manera similar a su padre en tanto al comportamiento con sus hijos, aunque con mayor dureza todavía, Crono los fue devorando conforme iban naciendo. Así sucedió con los cinco primeros pero, cuando está a punto de nacer el último, Zeus, su madre, Rea, por consejo de sus padres Urano y Gea, marchó a Licto, en Creta, para dar a luz. Nacido Zeus, su madre lo escondió en una cueva y dio de comer a Crono una piedra envuelta en pañales que esté creyó que era el recién nacido.
La infancia de Zeus discurrió en Creta, donde fue criado por la Ninfa Amaltea con leche de una cabra de la que uno de sus cuernos es el famoso “Cuerno de la Abundancia”. Una vez llegado a la edad adulta hizo que Crono vomitara a sus hermanos, que salieron del vientre de aquel junto con la piedra que había devorado creyendo que se trataba de su último hijo. Tras ello, Zeus colocó la piedra en la tierra de Pito, futura Delfos, en donde, como una reliquia, se enseñaba todavía en el siglo II d.C. según nos cuenta Pausanias. Ese es el origen del famoso omphalos pítico.
Para concluir este mito de la sucesión, tan escuetamente expuesto, tan sólo añadir que, tras todo ello, Zeus, inducido por Gea y ayudado por sus hermanos, por la Estige (de la que hablaremos más adelante) y por los hijos de ésta, emprendió una encarnizada lucha contra su padre Crono conocida con el nombre de la Titanomaquia, por estar Crono asistido en ella por alguno de los Titanes. La lucha, en cuyos detalles no entraremos, duró diez años y terminó por resolverse a favor de Zeus, quien se instaló en el trono de los dioses para ocuparlo ya de manera definitiva.
[1] En la genealogía homérica, distinta de la hesiodea, Afrodita nació de una concha.
( 5 ) - Pan
El dios Pan, el latino Fauno, era un humilde dios secundario, dios pastoril por excelencia, que no aspiraba a vivir en el Olimpo sino que se conformaba con hacerlo en la Arcadia rural, en donde se encargaba de guardar las manadas, los rebaños y las colmenas, tomaba parte de las orgías de las Ninfas montañesas y ayudaba a los cazadores a encontrar sus presas. Tranquilo y perezoso, nada le agradaba más que la siesta, vengándose de quienes la perturbaran lanzando un aterrador y súbito grito que les erizaba el cabello y que era conocido como el “grito pánico” (el grito de Pan), de donde toma el sentido nuestro vocablo “pánico” que alude al sentimiento de pavor que el dios provocaba en quien lo despertara de la siesta.
Pan era, asimismo, el productor de las estampidas del ganado y el productor del “pánico” en las tropas enemigas. Era también un dios itifálico, libertino y lascivo que perseguía a las Ninfas y a los jóvenes pastores o buscaba su satisfacción en solitario cuando no tenía pareja. Una de las Ninfas de las que se enamoró era Eco, la cual había sido castigada por Hera [1] a no poder hablar más que repitiendo el final de lo que se le decía, lo que establece la obvia etimología de nuestra palabra “eco”.
Pan se representaba mediante un ser medio hombre, medio cabra, con los brazos y las manos de hombre, las piernas peludas y los pies de macho cabrío, con el rostro barbudo y dos cuernos en la frente. Hijo de Hermes, su madre se asustó cuando dio a luz a un ser tan monstruoso, pero su padre envolvió al recién nacido en una piel de liebre y lo llevó al Olimpo en donde lo mostró a los demás dioses; al verlo, todos se regocijaron, en especial Dioniso, en cuyo cortejo Pan sería un elemento habitual. Por ello, los dioses le pusieron el nombre de Pan, pues les alegró el corazón a “todos” [2].
Por otra parte, los dioses olímpicos, aunque despreciaban a Pan por su simplicidad, por su conducta y por su afición al alboroto, no dejaban por ello de explotar sus facultades. Así vemos como Apolo le sonsacará el arte de la adivinación y como Hermes le copia la flauta que más tarde vendió a Apolo.
[1] Por haberla entretenido con su charla, favoreciendo así la huida de las Ninfas a las que Hera había sorprendido en amorosa unión con su esposo Zeus.
[2] La palabra griega “pan” significa “todo”.
Pan era, asimismo, el productor de las estampidas del ganado y el productor del “pánico” en las tropas enemigas. Era también un dios itifálico, libertino y lascivo que perseguía a las Ninfas y a los jóvenes pastores o buscaba su satisfacción en solitario cuando no tenía pareja. Una de las Ninfas de las que se enamoró era Eco, la cual había sido castigada por Hera [1] a no poder hablar más que repitiendo el final de lo que se le decía, lo que establece la obvia etimología de nuestra palabra “eco”.
Pan se representaba mediante un ser medio hombre, medio cabra, con los brazos y las manos de hombre, las piernas peludas y los pies de macho cabrío, con el rostro barbudo y dos cuernos en la frente. Hijo de Hermes, su madre se asustó cuando dio a luz a un ser tan monstruoso, pero su padre envolvió al recién nacido en una piel de liebre y lo llevó al Olimpo en donde lo mostró a los demás dioses; al verlo, todos se regocijaron, en especial Dioniso, en cuyo cortejo Pan sería un elemento habitual. Por ello, los dioses le pusieron el nombre de Pan, pues les alegró el corazón a “todos” [2].
Por otra parte, los dioses olímpicos, aunque despreciaban a Pan por su simplicidad, por su conducta y por su afición al alboroto, no dejaban por ello de explotar sus facultades. Así vemos como Apolo le sonsacará el arte de la adivinación y como Hermes le copia la flauta que más tarde vendió a Apolo.
[1] Por haberla entretenido con su charla, favoreciendo así la huida de las Ninfas a las que Hera había sorprendido en amorosa unión con su esposo Zeus.
[2] La palabra griega “pan” significa “todo”.
( 6 ) - Los Dióscuros: Cástor y Pólux
El motivo de hacer este inciso a propósito de Cástor y Pólux, más que obligado por su presencia en el exvoto de los lacedemonios, obedece a la existencia en el Foro de Roma de un precioso templo dedicado a ellos y del que se conservan tres columnas y, siendo tú, querido amigo, un experto romanista, o cuando menos un contumaz usuario de los lugares arqueológicos como lugar de siesta, si alguna vez tienes por ventura dormirte a los pies del templo de estos dos hermanos mientras que tus alumnos se afanan en el recorrido del Foro, al menos ten conocimiento de quienes eran los Dióscuros, no vaya a ser que a alguno de esos alumnos no se le ocurra mejor idea que despertarte preguntándote acerca de ellos.
La mitología de los Dióscuros es extensa y difícilmente comprensible si no se desarrolla en su totalidad, por lo que me guardaré de extenderme en ella. Tan sólo diremos que Cástor y Pólux eran dos gemelos de madre común (la princesa etolia Leda) pero de padre distinto, de tal manera que mientras Cástor, junto con Clitemnestra (esposa de Agamenón), era hijo del rey de Esparta, Tindáreo, Pólux, junto con Helena, era hijo de Zeus. Por un motivo al que no aludiremos, Cástor perdió la vida mientras que Pólux resultó gravemente herido. Ante esto, intervino Zeus, aniquilando con el rayo a quienes habían herido a su hijo mientras llevaba a éste al cielo para hacerlo inmortal. Sin embargo, Pólux no aceptó esa inmortalidad si con ello había de permanecer separado de su hermano, por lo que Zeus alcanzó la solución de compromiso de que ambos gemelos serían inmortales a días alternos: un día será inmortal Cástor, mientras que ese mismo día Pólux sería mortal, para al día siguiente invertirse ambas condiciones, resultando así de manera sucesiva para el futuro. Por su parte, los dioses colocaron a los dos gemelos en el cielo formando la constelación de Géminis (“los gemelos”), representando las dos apariencias del planeta Venus bajo la forma de la Estrella Matutina y la Estrella Vespertina: una aparece en el cielo cuando la otra se pone, de la misma forma que un día era inmortal Cástor para serlo Pólux al día siguiente.
Los Dióscuros eran dioses salvadores que tenían el privilegio de poder intervenir de improviso en unas actuaciones breves y fulgurantes. Así, en el mar, cuando los marineros se encontraban en peligro, los Dióscuros aparecían como “los que iluminan”, los Phosphoroi que brillaban en la punta de los mástiles. Los navegantes angustiados, que les ofrecían en sacrificio corderos blancos que habían sido degollados en la popa del navío, les pedían que calmaran los vientos, que alejaran las nubes sombrías y que hicieran brillar en medio de la noche la luz evocada por medio de las víctimas de color blanco. Una manera que Plutarco definió en términos precisos: "No navegan con los hombres, no comparten sus peligros, pero aparecen en el cielo y son sus salvadores". Tanto en el mar como en las batallas en las que aparecen los dos caballeros luminosos, los Dióscuros llevan a la salvación instantánea para desaparecer a continuación en lo invisible, desde donde su presencia jamás resultaba evocada en vano.
Vista de manera muy sucinta una parte de la naturaleza de los Dióscuros, se comprende ahora la razón de su presencia en el exvoto de los lacedemonios erigido en recuerdo de la victoria espartana en la batalla naval de Egospótamos. Por una parte, uno de ellos, Cástor, era hijo de un espartano y, por la otra, ambos eran divinidades a las que a menudo imploraban los marinos.
La razón de la existencia de un templo erigido en su honor en el Foro de Roma tiene su origen en las leyendas romanas elaboradas en los primeros tiempos de la República. Una vez exiliado Tarquinio el Soberbio en el año 509 a.C., la incipiente república hubo de hacer frente a los continuos intentos de éste por recuperar el poder, para lo cual pidió y obtuvo ayuda de los etruscos. Así, los ejércitos etruscos de la ciudad de Veyes marcharon sobre Roma y en la legendaria batalla de la selva Arcia murió Bruto, uno de los dos primeros cónsules romanos [1]. Sin embargo, durante la noche, espantados por la voz de Silvano [2], los etruscos se retiraron dejando el campo de batalla en manos de los romanos. Fracasada esta tentativa, Tarquinio recurrió a Porsena, rey de la etrusca Clusium, quien por otra parte consideraba útil la restauración de la monarquía en Roma, pero, habiendo fracasado en el intento de tomar la ciudad por sorpresa debido al legendario heroísmo del soldado Publio Horacio Cocles, quien mantuvo a raya al ejército etrusco mientras sus compañeros de armas destruían el puente sobre el Tíber, inició entonces un paciente asedio de la ciudad durante el que el joven patricio Cayo Mucio se ofreció voluntario para dirigirse al campamento enemigo y matar al rey etrusco. Capturado y conducido ante el rey, Mucio declaró que el propósito de su misión era el de matarle y que la juventud romana estaba dispuesta a seguir su ejemplo. Amenazado con torturas si no informaba con detalle de la situación en Roma, Mucio colocó de inmediato su mano derecha sobre un brasero ardiente y la mantuvo pacientemente en él hasta que la hubo quemado totalmente, con el fin de demostrar el poco temor a ser torturado. En adelante, Mucio recibió el nombre adicional de “escévola” ( “zurdo” ), mientras que Porsena, continúa la leyenda, quedó tan impresionado por este heroísmo que renunció a tomar una ciudad poblada por tales hombres. Negoció la paz y puso fin al asedio.
Esta es la tradición más difundida sobre la guerra con Porsena. Sin embargo, según Tácito y Plinio el Viejo, Roma fue ocupada por Porsena, quien impuso a los romanos un duro tratado en el que se obligaba, entre otras cosas, a usar el hierro tan sólo para construir instrumentos agrícolas, si bien no restableció la monarquía.
La última aparición de los Tarquinios en la leyenda romana tuvo lugar en el 496 a.C., cuando las ciudades latinas, aprovechándose de las pérdidas romanas habidas por la disputa con Porsena, trataron de rematar la faena. El ejército latino, con Tarquinio el Soberbio y sus hijos al frente, se encontraron con las tropas romanas cerca de la misma ciudad de Roma. Los romanos obtuvieron una victoria completa y, con excepción del viejo rey, la familia de Tarquinio fue aniquilada, mientras que éste se retiró a Cumas en donde murió. En esta batalla, dice la leyenda, el ejército romano fue ayudado por dos jinetes de dimensiones y fuerzas sobrehumanas. Se creía que eran Cástor y Pólux, a los que los romanos erigieron templos y les rindieron honores especiales, siendo esta la razón de su templo en el Foro.
[1] El otro era Lucio Tarquinio Colatino.
[2] Una de las denominaciones, junto a Fauno, con las que los romanos se referían al dios originariamente griego Pan que, como habíamos dicho, provocaba el “pánico” en las tropas enemigas.
La mitología de los Dióscuros es extensa y difícilmente comprensible si no se desarrolla en su totalidad, por lo que me guardaré de extenderme en ella. Tan sólo diremos que Cástor y Pólux eran dos gemelos de madre común (la princesa etolia Leda) pero de padre distinto, de tal manera que mientras Cástor, junto con Clitemnestra (esposa de Agamenón), era hijo del rey de Esparta, Tindáreo, Pólux, junto con Helena, era hijo de Zeus. Por un motivo al que no aludiremos, Cástor perdió la vida mientras que Pólux resultó gravemente herido. Ante esto, intervino Zeus, aniquilando con el rayo a quienes habían herido a su hijo mientras llevaba a éste al cielo para hacerlo inmortal. Sin embargo, Pólux no aceptó esa inmortalidad si con ello había de permanecer separado de su hermano, por lo que Zeus alcanzó la solución de compromiso de que ambos gemelos serían inmortales a días alternos: un día será inmortal Cástor, mientras que ese mismo día Pólux sería mortal, para al día siguiente invertirse ambas condiciones, resultando así de manera sucesiva para el futuro. Por su parte, los dioses colocaron a los dos gemelos en el cielo formando la constelación de Géminis (“los gemelos”), representando las dos apariencias del planeta Venus bajo la forma de la Estrella Matutina y la Estrella Vespertina: una aparece en el cielo cuando la otra se pone, de la misma forma que un día era inmortal Cástor para serlo Pólux al día siguiente.
Los Dióscuros eran dioses salvadores que tenían el privilegio de poder intervenir de improviso en unas actuaciones breves y fulgurantes. Así, en el mar, cuando los marineros se encontraban en peligro, los Dióscuros aparecían como “los que iluminan”, los Phosphoroi que brillaban en la punta de los mástiles. Los navegantes angustiados, que les ofrecían en sacrificio corderos blancos que habían sido degollados en la popa del navío, les pedían que calmaran los vientos, que alejaran las nubes sombrías y que hicieran brillar en medio de la noche la luz evocada por medio de las víctimas de color blanco. Una manera que Plutarco definió en términos precisos: "No navegan con los hombres, no comparten sus peligros, pero aparecen en el cielo y son sus salvadores". Tanto en el mar como en las batallas en las que aparecen los dos caballeros luminosos, los Dióscuros llevan a la salvación instantánea para desaparecer a continuación en lo invisible, desde donde su presencia jamás resultaba evocada en vano.
Vista de manera muy sucinta una parte de la naturaleza de los Dióscuros, se comprende ahora la razón de su presencia en el exvoto de los lacedemonios erigido en recuerdo de la victoria espartana en la batalla naval de Egospótamos. Por una parte, uno de ellos, Cástor, era hijo de un espartano y, por la otra, ambos eran divinidades a las que a menudo imploraban los marinos.
La razón de la existencia de un templo erigido en su honor en el Foro de Roma tiene su origen en las leyendas romanas elaboradas en los primeros tiempos de la República. Una vez exiliado Tarquinio el Soberbio en el año 509 a.C., la incipiente república hubo de hacer frente a los continuos intentos de éste por recuperar el poder, para lo cual pidió y obtuvo ayuda de los etruscos. Así, los ejércitos etruscos de la ciudad de Veyes marcharon sobre Roma y en la legendaria batalla de la selva Arcia murió Bruto, uno de los dos primeros cónsules romanos [1]. Sin embargo, durante la noche, espantados por la voz de Silvano [2], los etruscos se retiraron dejando el campo de batalla en manos de los romanos. Fracasada esta tentativa, Tarquinio recurrió a Porsena, rey de la etrusca Clusium, quien por otra parte consideraba útil la restauración de la monarquía en Roma, pero, habiendo fracasado en el intento de tomar la ciudad por sorpresa debido al legendario heroísmo del soldado Publio Horacio Cocles, quien mantuvo a raya al ejército etrusco mientras sus compañeros de armas destruían el puente sobre el Tíber, inició entonces un paciente asedio de la ciudad durante el que el joven patricio Cayo Mucio se ofreció voluntario para dirigirse al campamento enemigo y matar al rey etrusco. Capturado y conducido ante el rey, Mucio declaró que el propósito de su misión era el de matarle y que la juventud romana estaba dispuesta a seguir su ejemplo. Amenazado con torturas si no informaba con detalle de la situación en Roma, Mucio colocó de inmediato su mano derecha sobre un brasero ardiente y la mantuvo pacientemente en él hasta que la hubo quemado totalmente, con el fin de demostrar el poco temor a ser torturado. En adelante, Mucio recibió el nombre adicional de “escévola” ( “zurdo” ), mientras que Porsena, continúa la leyenda, quedó tan impresionado por este heroísmo que renunció a tomar una ciudad poblada por tales hombres. Negoció la paz y puso fin al asedio.
Esta es la tradición más difundida sobre la guerra con Porsena. Sin embargo, según Tácito y Plinio el Viejo, Roma fue ocupada por Porsena, quien impuso a los romanos un duro tratado en el que se obligaba, entre otras cosas, a usar el hierro tan sólo para construir instrumentos agrícolas, si bien no restableció la monarquía.
La última aparición de los Tarquinios en la leyenda romana tuvo lugar en el 496 a.C., cuando las ciudades latinas, aprovechándose de las pérdidas romanas habidas por la disputa con Porsena, trataron de rematar la faena. El ejército latino, con Tarquinio el Soberbio y sus hijos al frente, se encontraron con las tropas romanas cerca de la misma ciudad de Roma. Los romanos obtuvieron una victoria completa y, con excepción del viejo rey, la familia de Tarquinio fue aniquilada, mientras que éste se retiró a Cumas en donde murió. En esta batalla, dice la leyenda, el ejército romano fue ayudado por dos jinetes de dimensiones y fuerzas sobrehumanas. Se creía que eran Cástor y Pólux, a los que los romanos erigieron templos y les rindieron honores especiales, siendo esta la razón de su templo en el Foro.
[1] El otro era Lucio Tarquinio Colatino.
[2] Una de las denominaciones, junto a Fauno, con las que los romanos se referían al dios originariamente griego Pan que, como habíamos dicho, provocaba el “pánico” en las tropas enemigas.
( 7 ) - Teseo
Teseo es el héroe ateniense por antonomasia y su mitología, por tanto, extensísima. En esta ocasión tan sólo nos ocuparemos en revisar los pasajes que de la misma se imbrican con la mitología cretense, cuya figura central es el rey Minos.
Europa, princesa fenicia hija del rey Agénor, estaba en una ocasión cogiendo flores a la orilla del mar junto a unas amigas cuando, Zeus, al verla, sintió por ella un apasionado amor. Para acercarse a la joven, Zeus tomó la apariencia de un toro de admirable estampa que sedujo a la princesa por su bello y apacible aspecto y, una vez se hubo sentado en su lomo, el animal se lanzó súbitamente al mar dirigiéndose a Creta. De la unión de Zeus y Europa nacieron tres hijos: Minos, Radamantis y Sarpedón, tras lo cual Europa contrajo matrimonio con el rey de Creta, Asterio, y no teniendo descendencia, el rey adoptó como suyos a los hijos que su esposa había tenido de Zeus, uno de los cuales, Minos, se casaría a su vez con Pasifae, hija de Helios (“El Sol”) y la Ninfa Creta, de cuya unión nacieron varios hijos entre los que destacan Ariadna, Fedra, Deucalión, Crateo y Glauco.
En los tiempos del matrimonio de Minos con Pasifae llegó a Creta un personaje que sería de capital importancia para ambos, el ateniense Dédalo, hombre de ingenio, arquitecto, escultor e ingeniero, que llegó a la isla tras ser expulsado de Atenas por haber cometido un crimen. En efecto, envidioso de un sobrino suyo llamado Pérdix a causa de la extraordinaria inventiva de éste, lo mató arrojándolo desde lo alto de la Acrópolis. Juzgado por el Areópago, Dédalo salió desterrado y se encaminó a Creta, en donde es hospitalariamente acogido por Minos.
A la muerte de Asterio, padrastro de Minos y rey de Creta, Minos reivindicó el trono pero encontró una gran oposición a sus propósitos, ante lo cual, arguyó que su subida al trono suponía la satisfacción de la voluntad de los dioses y, como muestra de ello, dijo a sus opositores que era capaz de conseguir de aquellos todo lo que les pidiera. Para demostrarlo, Minos pidió a Posidón que hiciera emerger del mar a un toro, de tal manera que, si así lo hacía, él lo sacrificaría en su honor. Posidón realizó el prodigio pero Minos, al ver el magnífico toro salido del mar, lejos de sacrificarlo lo envió a sus vacadas sacrificando a otro en su lugar. Irritado Posidón, decidió vengarse de Minos inspirando en su esposa Pasifae un delirante amor por el hermoso toro, el cual se consuma con la ayuda de Dédalo, quien había construido una vaca de madera recubierta de piel de vaca auténtica en cuyo interior se introdujo Pasifae para engañar al toro. De la unión de Pasifae y la bestia nace un ser monstruoso llamado Minotauro, con cuerpo y extremidades de hombre, cabeza y cuernos de toro, que Pasifae oculta a Minos con la ayuda de Dédalo, quien, para tal fin, construye el Laberinto [1], aunque algunos mitógrafos se inclinan por la versión de que fue el propio Minos el que mandó construir el laberinto a fin de ocultar el monstruoso fruto del amor de su esposa por el toro.
Cuando Egeo, rey de Atenas, instituyó los juegos de las Panateneas, Andrógeo, hijo de Minos, venció a todos y, por envidia, los atenienses le dieron muerte en una emboscada: A consecuencia de ello, Minos, al mando de una flota, se dirigió a Atenas para vengar a su hijo pero, al no poder tomar la ciudad, la sometió a un asedio que ya causaba el hambre y una epidemia de peste entre sus habitantes. Ante ello, los atenienses llegaron al compromiso con Minos de que cada nueve años enviarían catorce jóvenes, siete muchachos y siete muchachas, para que sirvieran de alimento al Minotauro. Cuando ya habían sido enviados dos contingentes y llegaba el momento de enviar el tercero, Teseo, hijo de Egeo, se ofreció voluntario para acompañar a los otros trece jóvenes con el propósito de matar al Minotauro. En los dos envíos anteriores, la nave que llevaba a los muchachos a Creta, dado su siniestro destino, llevaba una vela negra; ahora, dadas las esperanzas que hacía concebir la presencia de Teseo en la expedición, su padre le encargó que, si consiguiera matar al Minotauro y volver sano y salvo a Atenas, arriara la vela negra e izara en su lugar una vela blanca navegando con ella en señal de buena nueva.
Una vez llegada la expedición a Creta, Ariadna, hija de Minos y Pasifae, se enamoró de Teseo y le prometió ayudarle a llevar a buen término su propósito si él estaba dispuesto a llevársela consigo a Atenas y tomarla por esposa. Teseo se comprometió a satisfacer los deseos de Ariadna y ésta, cumpliendo su parte del compromiso, pidió a Dédalo le revelara la salida del Laberinto, pero Dédalo, no sólo se la hizo conocer, sino que le recomendó, además, dar un hilo a Teseo y explicarle que uso debía hacer de él. Ariadna dio a Teseo el hilo, un extremo del cual debía sujetar a la puerta del Laberinto y, siguiendo las instrucciones de la hija de Minos, aquel fue tirando del ovillo conforme se adentraba hasta los últimos recovecos de la morada del Minotauro. Una vez que encontró al monstruo, tras una feroz lucha Teseo le dio muerte y, una vez esto, recogiendo el hilo, consiguió salir sano y salvo del Laberinto, embarcando con los jóvenes y con Ariadna rumbo de regreso a Atenas. Al llegar a la isla de Naxos, Teseo abandonó a Ariadna o, según otras versiones, ésta fue raptada por Dioniso, de tal manera que, fuera como fuere, Teseo reemprendió el viaje de regreso a Atenas sin Ariadna. Al llegar cerca de la costa del Ática, ya fuera por maldición de Ariadna, ya fuera por el pesar de volver sin ella, Teseo se olvidó de izar la bandera blanca tal como le había indicado su padre Egeo que hiciera en el caso de que lograra su objetivo, y éste, que se encontraba en la costa esperando la llegada del navío, al divisar a lo lejos la vela negra, y creyendo por tanto que Teseo había perecido en la empresa, desesperado se arrojó al mar que desde entonces lleva su nombre. Al desembarcar, Teseo recibió la triste noticia de la muerte de su padre y heredó el reino de Atenas.
Mientras esto ocurría, Minos, que ya tenía conocimiento de la huida de Teseo, ordenó encerrar en el Laberinto a Dédalo y a su hijo Ícaro por haber ayudado a Pasifae a mantener relaciones sexuales con el toro y por haber facilitado la salida de Teseo del Laberinto, pero, una vez encerrados, Dédalo construyó para él y para su hijo unas alas de plumas que unió entre sí con cera y con las que emprendieron la huida volando sobre el mar, no sin antes haber advertido Dédalo a su hijo que no volara muy alto a fin de evitar que el calor del sol derritiera la cera de las alas, ni muy bajo para que la humedad del mar no desprendiera las plumas. Sin embargo, Ícaro, entusiasmado con el vuelo y desoyendo los consejos de su padre, se acercó más de lo conveniente al sol y cayó al mar, pereciendo cerca de una isla que hasta entonces se llamaba Dólique. Heracles recogió su cadáver y lo enterró en la citada isla a la que puso el nombre del muchacho, Icaria, mientras que Dédalo lograba llegar sano y salvo a Camico, en Sicilia.
Tras todo ello, Minos inició una tenaz persecución de Dédalo, en la cual, llevando consigo una caracola, ofrecía en cada región por la que pasaba una gran recompensa a quien hiciera pasar un hilo a través de ella pues, de esta manera, pensaba descubrir a Dédalo. Llegado a Camico, hizo la misma oferta al rey Cócalo, que había acogido y ocultado a Dédalo. El rey entregó a Dédalo la caracola y éste, con su ingenio, ató un hilo a una hormiga y, perforando la concha, hizo que la hormiga pasara a través de la espiral. Una vez resuelto el problema, Cócalo entregó a Minos la concha con el hilo enhebrado y, así, éste se dio cuenta de que Dédalo se encontraba en la ciudad pues, en su opinión, sólo alguien de su ingenio sería capaz de resolver un problema de esa naturaleza. Por ello, Minos exigió a Cócalo la entrega de Dédalo y el rey de Camico, reconociendo que había sido descubierto su encubrimiento, le prometió que así lo haría hospedándolo mientras tanto en su palacio, pero, durante un baño que estaba tomando, las hijas de Cócalo arrojaron sobre Minos agua hirviendo provocándole la muerte.
No termina aquí, sin embargo, la relación de Teseo con Creta, sino que tiempo después se casaría con Fedra, hermana de Ariadna, cuya boda, como veremos escuetamente más adelante, tratarían de impedir las Amazonas bajo el mando de Antíope.
[1] La casa del rey Minos tenía como emblemas a la flor de lis y el hacha de doble hoja denominada “labrys”, de donde deriva la palabra “laberinto”. Sir Arthur Evans sugiere que el famoso Laberinto no era otra cosa que el propio palacio de Minos, cuya distribución presenta un intrincado conjunto de habitaciones, antesalas, vestíbulos y corredores en el que el visitante no acostumbrado a recorrerlo podía perderse con facilidad. De lo intrincado del palacio, junto con la profusa decoración con labrys, nace el concepto de “laberinto” ("la casa de los labrys")para referirse a un lugar de difícil recorrido.
Europa, princesa fenicia hija del rey Agénor, estaba en una ocasión cogiendo flores a la orilla del mar junto a unas amigas cuando, Zeus, al verla, sintió por ella un apasionado amor. Para acercarse a la joven, Zeus tomó la apariencia de un toro de admirable estampa que sedujo a la princesa por su bello y apacible aspecto y, una vez se hubo sentado en su lomo, el animal se lanzó súbitamente al mar dirigiéndose a Creta. De la unión de Zeus y Europa nacieron tres hijos: Minos, Radamantis y Sarpedón, tras lo cual Europa contrajo matrimonio con el rey de Creta, Asterio, y no teniendo descendencia, el rey adoptó como suyos a los hijos que su esposa había tenido de Zeus, uno de los cuales, Minos, se casaría a su vez con Pasifae, hija de Helios (“El Sol”) y la Ninfa Creta, de cuya unión nacieron varios hijos entre los que destacan Ariadna, Fedra, Deucalión, Crateo y Glauco.
En los tiempos del matrimonio de Minos con Pasifae llegó a Creta un personaje que sería de capital importancia para ambos, el ateniense Dédalo, hombre de ingenio, arquitecto, escultor e ingeniero, que llegó a la isla tras ser expulsado de Atenas por haber cometido un crimen. En efecto, envidioso de un sobrino suyo llamado Pérdix a causa de la extraordinaria inventiva de éste, lo mató arrojándolo desde lo alto de la Acrópolis. Juzgado por el Areópago, Dédalo salió desterrado y se encaminó a Creta, en donde es hospitalariamente acogido por Minos.
A la muerte de Asterio, padrastro de Minos y rey de Creta, Minos reivindicó el trono pero encontró una gran oposición a sus propósitos, ante lo cual, arguyó que su subida al trono suponía la satisfacción de la voluntad de los dioses y, como muestra de ello, dijo a sus opositores que era capaz de conseguir de aquellos todo lo que les pidiera. Para demostrarlo, Minos pidió a Posidón que hiciera emerger del mar a un toro, de tal manera que, si así lo hacía, él lo sacrificaría en su honor. Posidón realizó el prodigio pero Minos, al ver el magnífico toro salido del mar, lejos de sacrificarlo lo envió a sus vacadas sacrificando a otro en su lugar. Irritado Posidón, decidió vengarse de Minos inspirando en su esposa Pasifae un delirante amor por el hermoso toro, el cual se consuma con la ayuda de Dédalo, quien había construido una vaca de madera recubierta de piel de vaca auténtica en cuyo interior se introdujo Pasifae para engañar al toro. De la unión de Pasifae y la bestia nace un ser monstruoso llamado Minotauro, con cuerpo y extremidades de hombre, cabeza y cuernos de toro, que Pasifae oculta a Minos con la ayuda de Dédalo, quien, para tal fin, construye el Laberinto [1], aunque algunos mitógrafos se inclinan por la versión de que fue el propio Minos el que mandó construir el laberinto a fin de ocultar el monstruoso fruto del amor de su esposa por el toro.
Cuando Egeo, rey de Atenas, instituyó los juegos de las Panateneas, Andrógeo, hijo de Minos, venció a todos y, por envidia, los atenienses le dieron muerte en una emboscada: A consecuencia de ello, Minos, al mando de una flota, se dirigió a Atenas para vengar a su hijo pero, al no poder tomar la ciudad, la sometió a un asedio que ya causaba el hambre y una epidemia de peste entre sus habitantes. Ante ello, los atenienses llegaron al compromiso con Minos de que cada nueve años enviarían catorce jóvenes, siete muchachos y siete muchachas, para que sirvieran de alimento al Minotauro. Cuando ya habían sido enviados dos contingentes y llegaba el momento de enviar el tercero, Teseo, hijo de Egeo, se ofreció voluntario para acompañar a los otros trece jóvenes con el propósito de matar al Minotauro. En los dos envíos anteriores, la nave que llevaba a los muchachos a Creta, dado su siniestro destino, llevaba una vela negra; ahora, dadas las esperanzas que hacía concebir la presencia de Teseo en la expedición, su padre le encargó que, si consiguiera matar al Minotauro y volver sano y salvo a Atenas, arriara la vela negra e izara en su lugar una vela blanca navegando con ella en señal de buena nueva.
Una vez llegada la expedición a Creta, Ariadna, hija de Minos y Pasifae, se enamoró de Teseo y le prometió ayudarle a llevar a buen término su propósito si él estaba dispuesto a llevársela consigo a Atenas y tomarla por esposa. Teseo se comprometió a satisfacer los deseos de Ariadna y ésta, cumpliendo su parte del compromiso, pidió a Dédalo le revelara la salida del Laberinto, pero Dédalo, no sólo se la hizo conocer, sino que le recomendó, además, dar un hilo a Teseo y explicarle que uso debía hacer de él. Ariadna dio a Teseo el hilo, un extremo del cual debía sujetar a la puerta del Laberinto y, siguiendo las instrucciones de la hija de Minos, aquel fue tirando del ovillo conforme se adentraba hasta los últimos recovecos de la morada del Minotauro. Una vez que encontró al monstruo, tras una feroz lucha Teseo le dio muerte y, una vez esto, recogiendo el hilo, consiguió salir sano y salvo del Laberinto, embarcando con los jóvenes y con Ariadna rumbo de regreso a Atenas. Al llegar a la isla de Naxos, Teseo abandonó a Ariadna o, según otras versiones, ésta fue raptada por Dioniso, de tal manera que, fuera como fuere, Teseo reemprendió el viaje de regreso a Atenas sin Ariadna. Al llegar cerca de la costa del Ática, ya fuera por maldición de Ariadna, ya fuera por el pesar de volver sin ella, Teseo se olvidó de izar la bandera blanca tal como le había indicado su padre Egeo que hiciera en el caso de que lograra su objetivo, y éste, que se encontraba en la costa esperando la llegada del navío, al divisar a lo lejos la vela negra, y creyendo por tanto que Teseo había perecido en la empresa, desesperado se arrojó al mar que desde entonces lleva su nombre. Al desembarcar, Teseo recibió la triste noticia de la muerte de su padre y heredó el reino de Atenas.
Mientras esto ocurría, Minos, que ya tenía conocimiento de la huida de Teseo, ordenó encerrar en el Laberinto a Dédalo y a su hijo Ícaro por haber ayudado a Pasifae a mantener relaciones sexuales con el toro y por haber facilitado la salida de Teseo del Laberinto, pero, una vez encerrados, Dédalo construyó para él y para su hijo unas alas de plumas que unió entre sí con cera y con las que emprendieron la huida volando sobre el mar, no sin antes haber advertido Dédalo a su hijo que no volara muy alto a fin de evitar que el calor del sol derritiera la cera de las alas, ni muy bajo para que la humedad del mar no desprendiera las plumas. Sin embargo, Ícaro, entusiasmado con el vuelo y desoyendo los consejos de su padre, se acercó más de lo conveniente al sol y cayó al mar, pereciendo cerca de una isla que hasta entonces se llamaba Dólique. Heracles recogió su cadáver y lo enterró en la citada isla a la que puso el nombre del muchacho, Icaria, mientras que Dédalo lograba llegar sano y salvo a Camico, en Sicilia.
Tras todo ello, Minos inició una tenaz persecución de Dédalo, en la cual, llevando consigo una caracola, ofrecía en cada región por la que pasaba una gran recompensa a quien hiciera pasar un hilo a través de ella pues, de esta manera, pensaba descubrir a Dédalo. Llegado a Camico, hizo la misma oferta al rey Cócalo, que había acogido y ocultado a Dédalo. El rey entregó a Dédalo la caracola y éste, con su ingenio, ató un hilo a una hormiga y, perforando la concha, hizo que la hormiga pasara a través de la espiral. Una vez resuelto el problema, Cócalo entregó a Minos la concha con el hilo enhebrado y, así, éste se dio cuenta de que Dédalo se encontraba en la ciudad pues, en su opinión, sólo alguien de su ingenio sería capaz de resolver un problema de esa naturaleza. Por ello, Minos exigió a Cócalo la entrega de Dédalo y el rey de Camico, reconociendo que había sido descubierto su encubrimiento, le prometió que así lo haría hospedándolo mientras tanto en su palacio, pero, durante un baño que estaba tomando, las hijas de Cócalo arrojaron sobre Minos agua hirviendo provocándole la muerte.
No termina aquí, sin embargo, la relación de Teseo con Creta, sino que tiempo después se casaría con Fedra, hermana de Ariadna, cuya boda, como veremos escuetamente más adelante, tratarían de impedir las Amazonas bajo el mando de Antíope.
[1] La casa del rey Minos tenía como emblemas a la flor de lis y el hacha de doble hoja denominada “labrys”, de donde deriva la palabra “laberinto”. Sir Arthur Evans sugiere que el famoso Laberinto no era otra cosa que el propio palacio de Minos, cuya distribución presenta un intrincado conjunto de habitaciones, antesalas, vestíbulos y corredores en el que el visitante no acostumbrado a recorrerlo podía perderse con facilidad. De lo intrincado del palacio, junto con la profusa decoración con labrys, nace el concepto de “laberinto” ("la casa de los labrys")para referirse a un lugar de difícil recorrido.
( 8 ) - Las Amazonas
Las Amazonas formaban un pueblo de mujeres solas, para lo cual mantenían puntualmente relaciones sexuales con hombres de los pueblos vecinos y criaban sólo a las hembras que engendraban, dejando morir a los varones. Habitantes, ya sea de la Quersoneso Táurica [1], ya de las orillas del río Termodonte [2], eran un pueblo belicoso de hábiles jinetes y arqueras, cuyo nombre, “Amazonas”, deriva de la síntesis de dos palabras, una persa, “amadsón”, y otra griega, “amastós”, que significan, ambas, “sin pecho”, pues, según se decía, con el fin de tener más soltura en el manejo del arco a lomos del caballo, se fajaban su pecho derecho dando la impresión de que carecían de él. Así, por extensión, hoy llamamos “amazona” a toda mujer que simplemente monta a caballo, sin que este vocablo haga ya referencia alguna (a pesar del interés y para decepción de muchosssssss) a las condiciones en las que se encuentran los pechos de la buena moza, que, en definitiva, constituyen la etimología de la palabra.
La presencia de las Amazonas en la Mitología es abundante. Uno de los doce trabajos que Heracles ha de realizar para Euristeo, concretamente el número nueve, consiste en conseguir para el rey el cinturón de Hipólita, reina de las Amazonas. La Amazona Pentesilea, hermana de la anterior, acudió en socorro de los troyanos en su guerra con los griegos y, tras varios prodigios de valor, murió a manos de Aquiles, quien, al ver la belleza de la Amazona, se enamoró de su cadáver y cometió necrofilia con él en el mismo lugar de su muerte. Por su parte, la Amazona Antíope, raptada y posteriormente casada con Teseo, trató de impedir por las armas la boda de éste con Fedra, hija de Minos y hermana de Ariadna.
Al margen de de la presencia de las Amazonas en la Mitología, existen ocasiones en las que parece pretenderse la presencia de las mismas en la Historia, si bien con un carácter fronterizo entre la historia y la leyenda. Tal es el caso de la famosa visita de Alejandro Magno a la reina de las Amazonas, Talestris, la cual deseaba tener descendencia del gran conquistador. Colectivamente, los griegos han creído en la existencia de este pueblo de mujeres guerreras, sin embargo, algunos historiadores ya habían dado muestras de su extrañeza al no haberlas visto nunca a pesar de haber visitado sus supuestos emplazamientos, de tal manera que a medida que estas zonas del Asia Menor fueron siendo mejor conocidas por las expediciones militares o comerciales de los griegos, hubo que ir desplazando progresivamente el supuesto emplazamiento de las mujeres guerreras a otras regiones más remotas. Sería Arriano el que en su Anábasis niegue por primera vez que la visita de Alejandro Magno a las Amazonas hubiera tenido lugar en la realidad. Sin embargo, el autor hubo de buscar alguna solución de compromiso que conciliara los hechos realmente acaecidos con la tradición que él conocía, pues ¿cómo negar la existencia de Pentesilea, muerta y amada nada menos que por Aquiles; o de Hipólita, cuyo cinturón hubo de llevar Heracles a Euristeo; o de la lucha de Teseo contra este pueblo de mujeres jinetes? Para ello, Arriano dice refiriéndose a este hecho: “Ni Aristóbulo ni Ptolomeo ni ningún historiador digno de crédito ha dejado escrito nada de este tema. Sin embargo, hay una tradición según la cual Heracles tuvo que allegarse hasta el país de las Amazonas y llevó a Grecia el ceñidor de Hipólita, su reina. Otra tradición dice que los atenienses, a las órdenes de Teseo, fueron los primeros en derrotarlas en una batalla. Pero mi idea es que, si Atropates [3] ofreció a Alejandro un contingente de mujeres a caballo, se trataría de mujeres de algún pueblo bárbaro, ejercitadas en la equitación y ataviadas según la antedicha usanza de las Amazonas” [4].
[1] La actual península de Crimea, situada en la ribera norte del Ponto Euxino ( Mar Negro ).
[2] Justo enfrente de la anterior, en la ribera sur del Ponto Euxino.
[3] Atropates era el sátrapa que, según esta leyenda, habría enviado a las Amazonas al encuentro de Alejandro.
[4] Nota del autor: Pese a la bibliografía consultada, no estoy en condiciones de demostrar la ascendencia gallega de Arriano, aunque en función de lo leído, ésta no pueda descartarse de manera definitiva.
La presencia de las Amazonas en la Mitología es abundante. Uno de los doce trabajos que Heracles ha de realizar para Euristeo, concretamente el número nueve, consiste en conseguir para el rey el cinturón de Hipólita, reina de las Amazonas. La Amazona Pentesilea, hermana de la anterior, acudió en socorro de los troyanos en su guerra con los griegos y, tras varios prodigios de valor, murió a manos de Aquiles, quien, al ver la belleza de la Amazona, se enamoró de su cadáver y cometió necrofilia con él en el mismo lugar de su muerte. Por su parte, la Amazona Antíope, raptada y posteriormente casada con Teseo, trató de impedir por las armas la boda de éste con Fedra, hija de Minos y hermana de Ariadna.
Al margen de de la presencia de las Amazonas en la Mitología, existen ocasiones en las que parece pretenderse la presencia de las mismas en la Historia, si bien con un carácter fronterizo entre la historia y la leyenda. Tal es el caso de la famosa visita de Alejandro Magno a la reina de las Amazonas, Talestris, la cual deseaba tener descendencia del gran conquistador. Colectivamente, los griegos han creído en la existencia de este pueblo de mujeres guerreras, sin embargo, algunos historiadores ya habían dado muestras de su extrañeza al no haberlas visto nunca a pesar de haber visitado sus supuestos emplazamientos, de tal manera que a medida que estas zonas del Asia Menor fueron siendo mejor conocidas por las expediciones militares o comerciales de los griegos, hubo que ir desplazando progresivamente el supuesto emplazamiento de las mujeres guerreras a otras regiones más remotas. Sería Arriano el que en su Anábasis niegue por primera vez que la visita de Alejandro Magno a las Amazonas hubiera tenido lugar en la realidad. Sin embargo, el autor hubo de buscar alguna solución de compromiso que conciliara los hechos realmente acaecidos con la tradición que él conocía, pues ¿cómo negar la existencia de Pentesilea, muerta y amada nada menos que por Aquiles; o de Hipólita, cuyo cinturón hubo de llevar Heracles a Euristeo; o de la lucha de Teseo contra este pueblo de mujeres jinetes? Para ello, Arriano dice refiriéndose a este hecho: “Ni Aristóbulo ni Ptolomeo ni ningún historiador digno de crédito ha dejado escrito nada de este tema. Sin embargo, hay una tradición según la cual Heracles tuvo que allegarse hasta el país de las Amazonas y llevó a Grecia el ceñidor de Hipólita, su reina. Otra tradición dice que los atenienses, a las órdenes de Teseo, fueron los primeros en derrotarlas en una batalla. Pero mi idea es que, si Atropates [3] ofreció a Alejandro un contingente de mujeres a caballo, se trataría de mujeres de algún pueblo bárbaro, ejercitadas en la equitación y ataviadas según la antedicha usanza de las Amazonas” [4].
[1] La actual península de Crimea, situada en la ribera norte del Ponto Euxino ( Mar Negro ).
[2] Justo enfrente de la anterior, en la ribera sur del Ponto Euxino.
[3] Atropates era el sátrapa que, según esta leyenda, habría enviado a las Amazonas al encuentro de Alejandro.
[4] Nota del autor: Pese a la bibliografía consultada, no estoy en condiciones de demostrar la ascendencia gallega de Arriano, aunque en función de lo leído, ésta no pueda descartarse de manera definitiva.
( 9 ) - La Esfinge
La Esfinge, como sus hermanos los perros Orto y Cérbero, la Quimera y la Hidra de Lerna, era hija de Equidna y Tifoeo (Tifón) y uno de esos numerosísimos seres monstruosos de carácter maléfico que aparecen salpicados a lo largo de la Mitología Clásica, constituyendo, en la mayoría de los casos, el objeto de las hazañas de algún dios o de algún héroe. La Esfinge griega, a diferencia de la conocidísima esfinge egipcia, era un ser con cabeza y busto de mujer, cuerpo y patas de león y alas de pájaro.
Son varias las intervenciones de la Esfinge en la Mitología, aunque ninguna tan célebre como su participación en el mito de Edipo por ser aquella un elemento determinante en su desarrollo y desenlace. Muy sintetizado, el mito de Edipo se desarrolla de la siguiente manera: Layo, rey de Tebas, se casó con Yocasta, hermana de Creonte, pero un oráculo le advirtió que no debía tener descendencia, pues, de lo contrario, moriría a manos de su hijo. Al principio, Layo trató de observar las recomendaciones del oráculo pero terminó por infringirlo a causa de una borrachera. Como consecuencia de ese desliz nació Edipo, al que Layo abandonó en el monte Citerión de Beocia clavando sus pies al suelo a fin de que el recién nacido muriera de inanición y poder escapar así a las predicciones. Sin embargo, el niño fue recogido por unos pastores del rey Pólibo de Corinto que lo entregaron a la esposa de éste, Mérope, quien acogió al niño como si fuera suyo y convenció a su esposo de que Edipo era hijo de ambos, evitando, de paso y de esta manera, que Pólibo la repudiara por estéril ya que el matrimonio carecía de descendencia. Mérope curó los pies del niño y le puso el nombre de Edipo en recuerdo del estado en que se lo entregaron [1], y así fue creciendo en la corte de Corinto pasando por hijo de los reyes. Andando el tiempo, y siendo Edipo ya adulto, un conocido le echó en cara no ser hijo legítimo de aquellos, por lo que interrogó sobre este asunto a los que él creía como sus padres, pero éstos, indignados con la pregunta, no respondieron sin embargo a ella de un modo convincente, por lo que Edipo partió para Delfos con el fin de preguntar a Apolo acerca de la identidad de sus verdaderos padres.
Al mismo tiempo, cosas del destino, Layo, su verdadero padre, partió también desde Tebas hacia Delfos a fin de consultar al oráculo sobre la suerte que había corrido aquel hijo suyo al que había abandonado años atrás.
Una vez llegado a Delfos, Edipo recibió un oráculo absoluto que nada tenía que ver con la pregunta formulada, sino que en él se le indicaba que mataría a su padre y yacería con su madre. De esta manera, dado que el oráculo, pese a su pregunta en ese sentido, no hacía alusión alguna a la identidad distinta de sus verdaderos padres, Edipo entendió que éstos habrían de ser los que siempre había tenido como tales, es decir, Pólibo y Mérope, por lo que, con el fin de evitar que el oráculo se cumpliera, decidió no regresar a Corinto, en donde aquellos vivían, y dirigirse a Tebas. Sin embargo, en una encrucijada de la Fócide, padre e hijo, sin conocerse, se encontraron y, en una trifulca que tuvo lugar, Edipo mató a Layo, su verdadero padre. Por este motivo, Creonte, hermano de Yocasta, fue nombrado rey de Tebas en calidad de regente sustituyendo al difunto padre de Edipo.
La Esfinge, en el mito de Edipo, era una calamidad enviada por los dioses contra la ciudad de Tebas por un motivo que contado de manera fragmentaria no sería inteligible, por lo que lo obviaremos. De las Musas, había aprendido la Esfinge los enigmas y, así, estableciéndose en las inmediaciones de Tebas, proponía diariamente a los tebanos la solución de uno de estos enigmas so pena de ir devorando uno a uno a los habitantes de la ciudad en el caso de que cada uno de los acertijos planteados no fuera resuelto. Ante esta terrible desgracia que azotaba a la ciudad, Creonte, que como vimos había sustituido a Layo en el trono de Tebas, prometió, mediante un edicto, el trono y el matrimonio con su hermana Yocasta, viuda de Layo, a quien encontrara la solución a uno de aquellos enigmas que había planteado la Esfinge.
En esta angustiosa situación se encontraba Tebas cuando Edipo llegó a la ciudad, en donde consiguió dar con la solución de uno de los famosos acertijos que la Esfinge planteaba. Consistía éste en decir cual era el ser que a lo largo de su vida andaba sucesivamente a cuatro patas, a dos y a tres. La solución que dio Edipo, y que era la correcta según este célebre mito, es que ese ser buscado era el hombre, quien anda a gatas en la infancia, sobre sus dos piernas en la madurez y apoyándose en un bastón en la senectud. Al conocer la respuesta de Edipo, la Esfinge, desesperada, se arrojó desde lo alto de un precipicio dejando así de constituir una calamidad para Tebas. Por su parte, Edipo, tal y como prometía el edicto de Creonte, recibió el trono de Tebas y a Yocasta, su verdadera madre, por esposa, dando cumplimiento, de esta manera, a la segunda parte del oráculo que había vaticinado que mataría a su padre y yacería con su madre.
Son varias las intervenciones de la Esfinge en la Mitología, aunque ninguna tan célebre como su participación en el mito de Edipo por ser aquella un elemento determinante en su desarrollo y desenlace. Muy sintetizado, el mito de Edipo se desarrolla de la siguiente manera: Layo, rey de Tebas, se casó con Yocasta, hermana de Creonte, pero un oráculo le advirtió que no debía tener descendencia, pues, de lo contrario, moriría a manos de su hijo. Al principio, Layo trató de observar las recomendaciones del oráculo pero terminó por infringirlo a causa de una borrachera. Como consecuencia de ese desliz nació Edipo, al que Layo abandonó en el monte Citerión de Beocia clavando sus pies al suelo a fin de que el recién nacido muriera de inanición y poder escapar así a las predicciones. Sin embargo, el niño fue recogido por unos pastores del rey Pólibo de Corinto que lo entregaron a la esposa de éste, Mérope, quien acogió al niño como si fuera suyo y convenció a su esposo de que Edipo era hijo de ambos, evitando, de paso y de esta manera, que Pólibo la repudiara por estéril ya que el matrimonio carecía de descendencia. Mérope curó los pies del niño y le puso el nombre de Edipo en recuerdo del estado en que se lo entregaron [1], y así fue creciendo en la corte de Corinto pasando por hijo de los reyes. Andando el tiempo, y siendo Edipo ya adulto, un conocido le echó en cara no ser hijo legítimo de aquellos, por lo que interrogó sobre este asunto a los que él creía como sus padres, pero éstos, indignados con la pregunta, no respondieron sin embargo a ella de un modo convincente, por lo que Edipo partió para Delfos con el fin de preguntar a Apolo acerca de la identidad de sus verdaderos padres.
Al mismo tiempo, cosas del destino, Layo, su verdadero padre, partió también desde Tebas hacia Delfos a fin de consultar al oráculo sobre la suerte que había corrido aquel hijo suyo al que había abandonado años atrás.
Una vez llegado a Delfos, Edipo recibió un oráculo absoluto que nada tenía que ver con la pregunta formulada, sino que en él se le indicaba que mataría a su padre y yacería con su madre. De esta manera, dado que el oráculo, pese a su pregunta en ese sentido, no hacía alusión alguna a la identidad distinta de sus verdaderos padres, Edipo entendió que éstos habrían de ser los que siempre había tenido como tales, es decir, Pólibo y Mérope, por lo que, con el fin de evitar que el oráculo se cumpliera, decidió no regresar a Corinto, en donde aquellos vivían, y dirigirse a Tebas. Sin embargo, en una encrucijada de la Fócide, padre e hijo, sin conocerse, se encontraron y, en una trifulca que tuvo lugar, Edipo mató a Layo, su verdadero padre. Por este motivo, Creonte, hermano de Yocasta, fue nombrado rey de Tebas en calidad de regente sustituyendo al difunto padre de Edipo.
La Esfinge, en el mito de Edipo, era una calamidad enviada por los dioses contra la ciudad de Tebas por un motivo que contado de manera fragmentaria no sería inteligible, por lo que lo obviaremos. De las Musas, había aprendido la Esfinge los enigmas y, así, estableciéndose en las inmediaciones de Tebas, proponía diariamente a los tebanos la solución de uno de estos enigmas so pena de ir devorando uno a uno a los habitantes de la ciudad en el caso de que cada uno de los acertijos planteados no fuera resuelto. Ante esta terrible desgracia que azotaba a la ciudad, Creonte, que como vimos había sustituido a Layo en el trono de Tebas, prometió, mediante un edicto, el trono y el matrimonio con su hermana Yocasta, viuda de Layo, a quien encontrara la solución a uno de aquellos enigmas que había planteado la Esfinge.
En esta angustiosa situación se encontraba Tebas cuando Edipo llegó a la ciudad, en donde consiguió dar con la solución de uno de los famosos acertijos que la Esfinge planteaba. Consistía éste en decir cual era el ser que a lo largo de su vida andaba sucesivamente a cuatro patas, a dos y a tres. La solución que dio Edipo, y que era la correcta según este célebre mito, es que ese ser buscado era el hombre, quien anda a gatas en la infancia, sobre sus dos piernas en la madurez y apoyándose en un bastón en la senectud. Al conocer la respuesta de Edipo, la Esfinge, desesperada, se arrojó desde lo alto de un precipicio dejando así de constituir una calamidad para Tebas. Por su parte, Edipo, tal y como prometía el edicto de Creonte, recibió el trono de Tebas y a Yocasta, su verdadera madre, por esposa, dando cumplimiento, de esta manera, a la segunda parte del oráculo que había vaticinado que mataría a su padre y yacería con su madre.
( 10 ) - Las hierbas utilizadas en los oráculos
Sin extendernos innecesariamente en este apartado, tan sólo haremos mención de algunos aspectos concernientes a una de estas plantas que se arrojaban al fuego que ardía en el interior del templo de Apolo: El beleño.
Según atestigua el papiro egipcio de Ebers, el beleño ya se empleaba en Babilonia en el siglo XV a.C. para combatir el dolor de muelas. Por su parte, Dioscórides, considerado como el padre de la fitoterapia, mencionó sus propiedades narcóticas en el siglo I d.C.
Durante la Edad Media, el beleño entró a formar parte de las pócimas elaboradas por brujas y hechiceros y se decía que los pícaros lo colocaban sobre las brasas que caldeaban los baños públicos a fin de adormecer a los bañistas con sus humos y así poder saquearlos.
Consultados algunos libros de fitoterapia, en ellos se indica que el beleño es una planta de la familia de las solanáceas, de olor nauseabundo, cuyas flores son de color amarillo y están surcadas por una red de venillas violáceas. La planta contiene alcaloides muy activos sobre el sistema nervioso, tales como atropina, hiosciamina y escopolamina. Posee efectos antiespasmódicos, analgésicos y narcóticos y, a altas dosis, resulta estupefaciente y alucinógena.
Según atestigua el papiro egipcio de Ebers, el beleño ya se empleaba en Babilonia en el siglo XV a.C. para combatir el dolor de muelas. Por su parte, Dioscórides, considerado como el padre de la fitoterapia, mencionó sus propiedades narcóticas en el siglo I d.C.
Durante la Edad Media, el beleño entró a formar parte de las pócimas elaboradas por brujas y hechiceros y se decía que los pícaros lo colocaban sobre las brasas que caldeaban los baños públicos a fin de adormecer a los bañistas con sus humos y así poder saquearlos.
Consultados algunos libros de fitoterapia, en ellos se indica que el beleño es una planta de la familia de las solanáceas, de olor nauseabundo, cuyas flores son de color amarillo y están surcadas por una red de venillas violáceas. La planta contiene alcaloides muy activos sobre el sistema nervioso, tales como atropina, hiosciamina y escopolamina. Posee efectos antiespasmódicos, analgésicos y narcóticos y, a altas dosis, resulta estupefaciente y alucinógena.
( 11 ) - Solón
Solón apareció en la arena política cuando la práctica totalidad de las ciudades griegas eran gobernadas por tiranos. La palabra “tirano” en la antigua Grecia significaba a aquel que ostentaba el poder si autoridad legítima, a diferencia del rey, pero sin que con ella se quisiera hacer alusión a su forma despótica de gobierno ni a su calidad como ser humano. El juicio de estos aspectos del tirano, invariablemente peyorativos, se gestaría más adelante, cuando los griegos, volviendo la vista atrás hacia la época de la tiranía, tergiversaron la historia para acomodarla a su reciente condena moral. Sin embargo, nunca ocultaron el hecho de que los tiranos fueron personalmente muy distintos unos de otros, y que algunos de ellos habían gobernado con acierto, justicia y benevolencia.
El momento en el que la figura de Solón alcanzó protagonismo en la vida ateniense tiene mucho que ver con la Mégara que habíamos visto fundar Bizancio (Estambul). En efecto, Mégara y Atenas mantenían históricamente un contencioso acerca de la soberanía sobre la isla de Salamina, lo cual dio lugar a un sinnúmero de conflictos entre ambas ciudades. En el momento de la historia en el que nos encontramos, Salamina estaba bajo los dominios de Mégara, y el gobierno ateniense, no viendo la manera de recuperar la isla, resolvió renunciar a ella de manera definitiva por medio de una ley que condenaba a muerte a todo aquel que tratara de renovar la lucha para reconquistarla. Sin embargo, en contra de la citada ley, Solón llamó a los ciudadanos a iniciar la guerra contra Mégara, la ley fue abolida y él mismo fue puesto al mando de las tropas atenienses que, finalmente, lograron reconquistar para la metrópolis la isla en disputa. Tras ello, el pueblo de Atenas solicitó a Solón se convirtiera en su tirano, a lo que éste se negó, aceptando, por el contrario, el título de arconte con plenos poderes con el fin de iniciar un amplio programa de reformas que hacía tiempo llevaba madurando. Corría por aquel entonces el año 594 a.C.
Su primera medida, la “seisákhtheia” (“arrojar el lastre”), tenía por objeto evitar la explotación abusiva del campesinado y, en virtud de ella, se cancelaron las deudas y, así, los numerosos atenienses que estaban sujetos a la entrega de una parte de su cosecha o que habían pasado a la servidumbre a causa de las deudas, fueron liberados. Otra de las leyes prohibía en lo sucesivo la costumbre de hipotecar a las personas como fianza de sus deudas y, además, con el fin de propiciar un desarrollo más libre de la comunidad civil ateniense, las leyes de Solón previeron una serie de medidas orientadas a estimular la actividad económica. Así, por ejemplo, se siguió manteniendo en vigor una ley de Dracón [1] que reprimía la ociosidad aunque se suavizó el castigo por la violación de la misma, de tal forma que la pena capital fue reemplazada por la “atimia” (privación de los derechos civiles) y por una multa.
Las leyes de Solón prohibían también la exportación de cereales fuera de las fronteras del Ática, pero estimulaban en cambio, la exportación de aceite de oliva. Legislativamente se promulgaron disposiciones acerca del orden y métodos a emplear en la plantación de olivos, así como también acerca de cómo cavar pozos y de la manera de hacer uso de los mismos, lo cual estaba dotado de gran valor económico y social a causa de la aridez del Ática. Por otra parte, en la legislación de Solón apareció también una tendencia a estimular los oficios artesanales, y así, por ejemplo, una ley especial eximía al hijo de la obligación de mantener a su padre anciano si éste no le había hecho aprender ningún oficio. También, en interés del desarrollo del comercio ateniense, y con el fin de liberar a Atenas de la influencia comercial de la isla de Egina, se promulgó una reforma monetaria y se estableció un nuevo sistema de pesas y medidas. Simultáneamente con la estimulación de la actividad productiva, la legislación había emprendido una campaña contra toda clase de excesos y gastos improductivos, de tal manera que, por ejemplo, una ley especial exigía la reducción de los gastos de sepelio y prohibía los funerales suntuosos así como la inmolación de bueyes en holocausto en honor del fallecido; asimismo se prohibió erigir sepulcros cuyo coste fuera superior del de uno que pudieran construir diez personas en el curso de tres días.
Sin embargo, una de las reformas más importantes de Solón fue la del censo, en función de la cual toda la población ateniense libre fue dividida en cuatro categorías según la cuantía de sus ingresos, sin tomar en consideración la procedencia del censado, lo cual tuvo importantes consecuencias a la hora de afrontar las cargas militares y de delimitar los derechos políticos. En efecto, la introducción del censo de bienes reducía a cero los privilegios políticos de los nobles de tal manera que el condicionante principal para ocupar los cargos públicos ya no lo constituía la nobleza de origen sino la situación económica, por lo que, de esta forma, los nobles se vieron abocados a compartir el poder político con las personas pudientes procedentes de las capas artesano-mercantiles de la población.
Después de haber sido promulgadas las reformas de Solón, la lucha social en el Ática se enardeció con renovado vigor puesto que, mientras por una parte, los nobles se resistían a aceptar las pérdidas de sus privilegios y, por ello, ansiaban el retorno al orden imperante antes de la entrada en vigor de las medidas puestas en marcha por el legislador, por la otra, el campesinado, habiendo recibido cierto alivio en las cargas por endeudamiento, apetecía una reforma más radical puesto que las reformas de Solón no solucionaban la cuestión principal, esto es, la posesión de la tierra.
Según la tradición, sin que ello pueda considerarse históricamente veraz, ante tal estado de las cosas, Solón, no queriendo ser testigo del desmoronamiento de sus reformas, abandonó el Ática tras haber obtenido de sus conciudadanos un juramento de fidelidad a sus leyes durante un periodo de diez años. Sin embargo, ante el hecho cierto de que Solón abandonó el Ática, lo que parece que en mayor medida lo indujo a tomar esta decisión fue el temor a que los extremistas más insatisfechos le presionaran a fin de introducir reformas más radicales y lo convirtieran en tirano.
Durante los primeros cuatro años que siguieron a la partida de Solón, los atenienses vivieron en relativo sosiego, pero al quinto año los disturbios habían alcanzado tal magnitud que no pudieron celebrarse los comicios para las elecciones de arcontes. Posteriormente, en el 545 a.C., y tras varios intentos anteriores fracasados, Pisístrato se convirtió en tirano. A su muerte, ocurrida en el 527 a.C., le sucedió su primogénito, Hipias, el que más adelante, en el 510 a.C., sería expulsado de Atenas tomando su relevo Clístenes, quien sentaría las bases del sistema democrático.
Por tanto, hemos visto en Solón a un gran legislador cuyas reformas significaron una revolución en las relaciones de propiedad. Según dice Engels, “Solón inicia la serie de lo que se llama “revoluciones políticas” y lo hace con un ataque a la propiedad”, por lo que, si bien es cierto que no puede considerarse a Solón como instaurador de la democracia en Atenas, si puso a ésta en su camino.
[1] El que dio nombre a las referidas, en ocasiones, como “condiciones draconianas”, expresión con la que aludimos a unas condiciones impuestas que son de muy difícil cumplimiento.
El momento en el que la figura de Solón alcanzó protagonismo en la vida ateniense tiene mucho que ver con la Mégara que habíamos visto fundar Bizancio (Estambul). En efecto, Mégara y Atenas mantenían históricamente un contencioso acerca de la soberanía sobre la isla de Salamina, lo cual dio lugar a un sinnúmero de conflictos entre ambas ciudades. En el momento de la historia en el que nos encontramos, Salamina estaba bajo los dominios de Mégara, y el gobierno ateniense, no viendo la manera de recuperar la isla, resolvió renunciar a ella de manera definitiva por medio de una ley que condenaba a muerte a todo aquel que tratara de renovar la lucha para reconquistarla. Sin embargo, en contra de la citada ley, Solón llamó a los ciudadanos a iniciar la guerra contra Mégara, la ley fue abolida y él mismo fue puesto al mando de las tropas atenienses que, finalmente, lograron reconquistar para la metrópolis la isla en disputa. Tras ello, el pueblo de Atenas solicitó a Solón se convirtiera en su tirano, a lo que éste se negó, aceptando, por el contrario, el título de arconte con plenos poderes con el fin de iniciar un amplio programa de reformas que hacía tiempo llevaba madurando. Corría por aquel entonces el año 594 a.C.
Su primera medida, la “seisákhtheia” (“arrojar el lastre”), tenía por objeto evitar la explotación abusiva del campesinado y, en virtud de ella, se cancelaron las deudas y, así, los numerosos atenienses que estaban sujetos a la entrega de una parte de su cosecha o que habían pasado a la servidumbre a causa de las deudas, fueron liberados. Otra de las leyes prohibía en lo sucesivo la costumbre de hipotecar a las personas como fianza de sus deudas y, además, con el fin de propiciar un desarrollo más libre de la comunidad civil ateniense, las leyes de Solón previeron una serie de medidas orientadas a estimular la actividad económica. Así, por ejemplo, se siguió manteniendo en vigor una ley de Dracón [1] que reprimía la ociosidad aunque se suavizó el castigo por la violación de la misma, de tal forma que la pena capital fue reemplazada por la “atimia” (privación de los derechos civiles) y por una multa.
Las leyes de Solón prohibían también la exportación de cereales fuera de las fronteras del Ática, pero estimulaban en cambio, la exportación de aceite de oliva. Legislativamente se promulgaron disposiciones acerca del orden y métodos a emplear en la plantación de olivos, así como también acerca de cómo cavar pozos y de la manera de hacer uso de los mismos, lo cual estaba dotado de gran valor económico y social a causa de la aridez del Ática. Por otra parte, en la legislación de Solón apareció también una tendencia a estimular los oficios artesanales, y así, por ejemplo, una ley especial eximía al hijo de la obligación de mantener a su padre anciano si éste no le había hecho aprender ningún oficio. También, en interés del desarrollo del comercio ateniense, y con el fin de liberar a Atenas de la influencia comercial de la isla de Egina, se promulgó una reforma monetaria y se estableció un nuevo sistema de pesas y medidas. Simultáneamente con la estimulación de la actividad productiva, la legislación había emprendido una campaña contra toda clase de excesos y gastos improductivos, de tal manera que, por ejemplo, una ley especial exigía la reducción de los gastos de sepelio y prohibía los funerales suntuosos así como la inmolación de bueyes en holocausto en honor del fallecido; asimismo se prohibió erigir sepulcros cuyo coste fuera superior del de uno que pudieran construir diez personas en el curso de tres días.
Sin embargo, una de las reformas más importantes de Solón fue la del censo, en función de la cual toda la población ateniense libre fue dividida en cuatro categorías según la cuantía de sus ingresos, sin tomar en consideración la procedencia del censado, lo cual tuvo importantes consecuencias a la hora de afrontar las cargas militares y de delimitar los derechos políticos. En efecto, la introducción del censo de bienes reducía a cero los privilegios políticos de los nobles de tal manera que el condicionante principal para ocupar los cargos públicos ya no lo constituía la nobleza de origen sino la situación económica, por lo que, de esta forma, los nobles se vieron abocados a compartir el poder político con las personas pudientes procedentes de las capas artesano-mercantiles de la población.
Después de haber sido promulgadas las reformas de Solón, la lucha social en el Ática se enardeció con renovado vigor puesto que, mientras por una parte, los nobles se resistían a aceptar las pérdidas de sus privilegios y, por ello, ansiaban el retorno al orden imperante antes de la entrada en vigor de las medidas puestas en marcha por el legislador, por la otra, el campesinado, habiendo recibido cierto alivio en las cargas por endeudamiento, apetecía una reforma más radical puesto que las reformas de Solón no solucionaban la cuestión principal, esto es, la posesión de la tierra.
Según la tradición, sin que ello pueda considerarse históricamente veraz, ante tal estado de las cosas, Solón, no queriendo ser testigo del desmoronamiento de sus reformas, abandonó el Ática tras haber obtenido de sus conciudadanos un juramento de fidelidad a sus leyes durante un periodo de diez años. Sin embargo, ante el hecho cierto de que Solón abandonó el Ática, lo que parece que en mayor medida lo indujo a tomar esta decisión fue el temor a que los extremistas más insatisfechos le presionaran a fin de introducir reformas más radicales y lo convirtieran en tirano.
Durante los primeros cuatro años que siguieron a la partida de Solón, los atenienses vivieron en relativo sosiego, pero al quinto año los disturbios habían alcanzado tal magnitud que no pudieron celebrarse los comicios para las elecciones de arcontes. Posteriormente, en el 545 a.C., y tras varios intentos anteriores fracasados, Pisístrato se convirtió en tirano. A su muerte, ocurrida en el 527 a.C., le sucedió su primogénito, Hipias, el que más adelante, en el 510 a.C., sería expulsado de Atenas tomando su relevo Clístenes, quien sentaría las bases del sistema democrático.
Por tanto, hemos visto en Solón a un gran legislador cuyas reformas significaron una revolución en las relaciones de propiedad. Según dice Engels, “Solón inicia la serie de lo que se llama “revoluciones políticas” y lo hace con un ataque a la propiedad”, por lo que, si bien es cierto que no puede considerarse a Solón como instaurador de la democracia en Atenas, si puso a ésta en su camino.
[1] El que dio nombre a las referidas, en ocasiones, como “condiciones draconianas”, expresión con la que aludimos a unas condiciones impuestas que son de muy difícil cumplimiento.
( 12 ) - El diálogo entre Solón y Creso
Supuestamente, el presente diálogo entre Solón y Creso habría tenido lugar tras el abandono del Ática por parte de aquél, lo cual le llevó a un sinfín de países durante los largos años que duró su periplo fuera de Atenas. Sin embargo, el diálogo es totalmente ficticio puesto que, mientras Solón promulgó sus leyes entre los años 593-592 a.C., Creso subió al trono de Lidia treinta años después, en el 561 a.C.
Al margen de su extraordinaria belleza, el diálogo entre Solón y Creso acerca de la felicidad forma parte de un género literario muy apreciado entre los griegos, consistente en establecer conversaciones entre personajes célebres pertenecientes a distintas épocas. Estos diálogos tenían lugar, generalmente, en los infiernos, y no hay duda en que Heródoto, a quien debemos esta obra, era maestro en dicho juego. Creso y Solón, el rico y el sabio, se enfrentan en un diálogo exactamente similar a los de las tragedias como reflejo de una sabiduría que ya no es de nuestra época.
Al margen de su extraordinaria belleza, el diálogo entre Solón y Creso acerca de la felicidad forma parte de un género literario muy apreciado entre los griegos, consistente en establecer conversaciones entre personajes célebres pertenecientes a distintas épocas. Estos diálogos tenían lugar, generalmente, en los infiernos, y no hay duda en que Heródoto, a quien debemos esta obra, era maestro en dicho juego. Creso y Solón, el rico y el sabio, se enfrentan en un diálogo exactamente similar a los de las tragedias como reflejo de una sabiduría que ya no es de nuestra época.
( 13 ) - La dificultad de la adivinación de los sucesos contemporáneos
En la actualidad se admite que la Pitia era una persona con capacidad propia para la precognición, pero ¿qué pasaba con las respuestas oraculares que no se referían al futuro sino al presente?, ¿cómo fue posible que el oráculo de Delfos superara el astuto examen de Creso?, ¿es posible que la Pitia tuviera una visión en la que aparecía el rey de los lidios ante una caldera de bronce conteniendo carne de cordero y una tortuga? No lo sabemos, sin embrago existen indicios de que el oráculo de Delfos se servía de una especie de servicio de información. Pensemos que una consulta al oráculo podía durar varios meses (el viaje, una posible anulación del oráculo hasta el mes siguiente si existía un mal presagio, etc.), de tal manera que durante este tiempo los sacerdotes podían sonsacar a los consultantes información imprescindible para emitir la respuesta. Debe tenerse en cuenta que el consultante se encontraba, además, en una situación psíquica especial, pues, por lo general, al oráculo se acudía en muy escasas ocasiones a lo largo de la vida para plantear una pregunta de vital importancia y, así, el estado de ansiedad que ello conllevaba, junto con el irrefrenable deseo de obtener una respuesta de la Pitia, a buen seguro pondría al consultante en disposición de extrema colaboración para responder a todas cuantas preguntas presumiblemente le hacían los sacerdotes, de tal manera que, de esta forma, la Pitia, cuando fue menester, pudo conocer la pregunta antes de que ésta le fuera formulada. En el caso del oráculo de Creso al que aludimos, un agente desplazado a Sardes se informaría del quehacer del rey y, retenida en Delfos la delegación lidia por medio de algún ardid urdido por los sacerdotes, daría tiempo a que el agente desplazado a Sardes comunicara al santuario la respuesta. El prestigio del santuario y las previsibles donaciones de Creso al mismo justificaban de sobra una acción así.
Conocida, pues, la manipulación que en muchos casos se producía en los oráculos, cabe preguntarse ¿cómo fue posible que pueblos enteros y sus gobernantes, de la talla de Creso, Temístocles o Alejandro, o poetas, pensadores y historiadores como Heródoto, Sófocles, Esquilo o Píndaro, pudieron llegar a creer en la autenticidad de semejantes representaciones? Algunos historiadores afirman que los sacerdotes oraculares eran más filósofos que adivinos, lo cual puede ser cierto, pero ello no explica en absoluto cómo conseguían anunciar de manera precisa que se iban a producir determinados acontecimientos. Quizás la observación de Eurípides, quien afirmaba que sólo pasan a la Historia las predicciones acertadas mientras que las erróneas caen en el olvido, encierre una gran parte de la verdad.
Conocida, pues, la manipulación que en muchos casos se producía en los oráculos, cabe preguntarse ¿cómo fue posible que pueblos enteros y sus gobernantes, de la talla de Creso, Temístocles o Alejandro, o poetas, pensadores y historiadores como Heródoto, Sófocles, Esquilo o Píndaro, pudieron llegar a creer en la autenticidad de semejantes representaciones? Algunos historiadores afirman que los sacerdotes oraculares eran más filósofos que adivinos, lo cual puede ser cierto, pero ello no explica en absoluto cómo conseguían anunciar de manera precisa que se iban a producir determinados acontecimientos. Quizás la observación de Eurípides, quien afirmaba que sólo pasan a la Historia las predicciones acertadas mientras que las erróneas caen en el olvido, encierre una gran parte de la verdad.
( 14 ) - ¿Por qué la Pitia recomendó a los macedonios que adoraran a Amon?
Este hecho es calificado de insólito por la práctica totalidad de los historiadores, pero, ¿en realidad se trata de un hecho tan incomprensible que así haya de ser calificado? Personalmente estimo que no, y esta será una de las pocas veces en las que tendré la osadía de expresar mi opinión.
Quienes califican de insólito el hecho de que en Delfos se le recomendara a Filipo que venerara preferentemente a Amón, lo hacen en virtud del análisis de los acontecimientos que posteriormente acaecieron y atendiendo a la postura, muchas veces hipócrita y la mayoría de ellas oportunista, que adoptaba el oráculo a la hora de tomar partido por alguna de las opciones encontradas, máxime cuando es de sobra conocido que el oráculo de Delfos terminó inclinándose de manera clara hacia los intereses macedonios cuando éstos entraron en colisión con los griegos. Sin embargo, ¿esto fue siempre así? No, no lo fue, pensemos que cuando este suceso ocurrió aún no había nacido Alejandro ni Macedonia era la potencia militar que con el tiempo llegaría a ser, por lo que el oráculo, tan hábil siempre para encontrar el mejor árbol bajo el que cobijarse, aún no tenía por aquel entonces “razones” suficientes como para adular especialmente a los macedonios. Por ello, personalmente creo que el suceso aludido, una vez establecido que Macedonia no era por aquel entonces una potencia a la que temer especialmente (en caso contrario, sí resultaría inaudito el comportamiento del oráculo), se debió a un intento inicial del santuario por mantener alejado del mundo griego a los macedonios, a quienes los griegos consideraban bárbaros. Sólo el desarrollo posterior de los acontecimientos, que presentan a una Macedonia militarmente pujante y arrolladora, haría cambiar de opinión y de postura a los sacerdotes oraculares, quienes terminaron por apoyar decididamente la causa de los invasores del norte.
Con el fin de avalar, en la medida en que esto pueda hacerse, aún más esta interpretación personal de los hechos, ¿por qué el santuario de Delfos, no queriendo, por el motivo que fuera, atender la consulta de Filipo, no recomendó a éste que consultara cualquier otro de los numerosos oráculos griegos sino que lo envió a uno de los pocos, quizás el único, que no estaba en el área de influencia griega, si no fue por un intento de alejar al despreciable y fanfarrón bárbaro de ese mundo griego tan refinado? Delfos, con esa actitud, a mi juicio, no pretendía otra cosa que realizar un gesto de cerrar la puerta al selecto club privado heleno al patán nuevo rico que representaba Macedonia. Por ello, nada inaudito aprecio en la actitud adoptada por el santuario en ese momento, sino, a lo sumo, una falta de visión de futuro, pues, poco después de ocurrido este desplante, el santuario de Apolo se presentaría como el más firme valedor de los intereses macedonios en Grecia una vez que éstos alcanzaron su pujanza militar. Para terminar con este apartado, tan sólo mostrar mi preocupación ante el hecho de que, si mi interpretación de los hechos analizados fuera la acertada, no dejará de resultar paradójico que un oráculo, sobre todo que un oráculo que gozaba del mayor prestigio en el mundo griego, careciera, precisamente, de aquello de lo que no debería carecer bajo ningún concepto: de visión de futuro. Arreglados vamos.
Quienes califican de insólito el hecho de que en Delfos se le recomendara a Filipo que venerara preferentemente a Amón, lo hacen en virtud del análisis de los acontecimientos que posteriormente acaecieron y atendiendo a la postura, muchas veces hipócrita y la mayoría de ellas oportunista, que adoptaba el oráculo a la hora de tomar partido por alguna de las opciones encontradas, máxime cuando es de sobra conocido que el oráculo de Delfos terminó inclinándose de manera clara hacia los intereses macedonios cuando éstos entraron en colisión con los griegos. Sin embargo, ¿esto fue siempre así? No, no lo fue, pensemos que cuando este suceso ocurrió aún no había nacido Alejandro ni Macedonia era la potencia militar que con el tiempo llegaría a ser, por lo que el oráculo, tan hábil siempre para encontrar el mejor árbol bajo el que cobijarse, aún no tenía por aquel entonces “razones” suficientes como para adular especialmente a los macedonios. Por ello, personalmente creo que el suceso aludido, una vez establecido que Macedonia no era por aquel entonces una potencia a la que temer especialmente (en caso contrario, sí resultaría inaudito el comportamiento del oráculo), se debió a un intento inicial del santuario por mantener alejado del mundo griego a los macedonios, a quienes los griegos consideraban bárbaros. Sólo el desarrollo posterior de los acontecimientos, que presentan a una Macedonia militarmente pujante y arrolladora, haría cambiar de opinión y de postura a los sacerdotes oraculares, quienes terminaron por apoyar decididamente la causa de los invasores del norte.
Con el fin de avalar, en la medida en que esto pueda hacerse, aún más esta interpretación personal de los hechos, ¿por qué el santuario de Delfos, no queriendo, por el motivo que fuera, atender la consulta de Filipo, no recomendó a éste que consultara cualquier otro de los numerosos oráculos griegos sino que lo envió a uno de los pocos, quizás el único, que no estaba en el área de influencia griega, si no fue por un intento de alejar al despreciable y fanfarrón bárbaro de ese mundo griego tan refinado? Delfos, con esa actitud, a mi juicio, no pretendía otra cosa que realizar un gesto de cerrar la puerta al selecto club privado heleno al patán nuevo rico que representaba Macedonia. Por ello, nada inaudito aprecio en la actitud adoptada por el santuario en ese momento, sino, a lo sumo, una falta de visión de futuro, pues, poco después de ocurrido este desplante, el santuario de Apolo se presentaría como el más firme valedor de los intereses macedonios en Grecia una vez que éstos alcanzaron su pujanza militar. Para terminar con este apartado, tan sólo mostrar mi preocupación ante el hecho de que, si mi interpretación de los hechos analizados fuera la acertada, no dejará de resultar paradójico que un oráculo, sobre todo que un oráculo que gozaba del mayor prestigio en el mundo griego, careciera, precisamente, de aquello de lo que no debería carecer bajo ningún concepto: de visión de futuro. Arreglados vamos.
( 15 ) - Los centauros Quirón y Folo
Los Centauros, cuya figura mitológica coincide con la por todos conocida (cabeza, busto y extremidades superiores de hombre, cuerpo y extremidades inferiores de caballo), vivían en las zonas limítrofes, en los bosques y en las montañas, lejos de los caminos frecuentados por los hombres, con los que se muestran generalmente hostiles. A esta concepción general de los Centauros se contraponen dos excepciones: Quirón y Folo. Quirón, al que Homero señaló como modelo de conducta moral, fue el tutor de héroes tales como Jasón, Acteón, Peleo y Aquiles, y fue también, como veremos, quien junto a Apolo adiestró a Asclepio en las artes de la Medicina. Por su parte, Folo aparece como el paradigma de la hospitalidad durante la cacería del jabalí de Erimanto que tuvo que realizar Heracles como uno de los doce trabajos llevados a cabo por encargo de Euristeo. En efecto, Folo ofreció al héroe carne asada y el vino propiedad común de los Centauros, pero, al olor de la carne y el vino, comenzaron a acudir una multitud de estos seres que, viendo que el vino que bebía Heracles era el suyo, entablaron una feroz lucha con el héroe que terminó con la huída de los Centauros, puesto que éstos no utilizaban otras armas más que las piedras o las ramas, y éstas no podían competir con las flechas disparadas por el arco de Heracles.
En el mundo de los Centauros, pues, existía una dualidad. Bárbaros y groseros (pobre la cazadora que frecuentara sola los montes habitados por ellos), también son educados y corteses; competidores de los hombres, a menudo son también el mejor amigo del héroe. En este sentido, los Centauros simbolizan los principios opuestos que para los griegos organizaban la sociedad: por un lado, el mundo de la cultura, las artes y la técnica; por otro, el mundo en su estado más natural, de tal forma que estos seres se constituían en una especie de cultura en estado salvaje.
Las representaciones de los vasos arcaicos expresan claramente su doble naturaleza. Mientras que todos ellos eran representados desnudos [1], con cabeza, busto y extremidades superiores de hombre, cuerpo y extremidades inferiores de caballo; Quirón y Folo [2] eran representados con cabeza, cuerpo y extremidades inferiores delanteras humanas a las que se añade una grupa de caballo, yendo vestidos con una túnica. De este modo, la propia representación subraya la ambigüedad del Centauro, el reparto de lo humano y lo animal.
[1] Simbolismo de naturaleza, de estado puro.
[2] Simbolismo de cultura, arte y técnica.
En el mundo de los Centauros, pues, existía una dualidad. Bárbaros y groseros (pobre la cazadora que frecuentara sola los montes habitados por ellos), también son educados y corteses; competidores de los hombres, a menudo son también el mejor amigo del héroe. En este sentido, los Centauros simbolizan los principios opuestos que para los griegos organizaban la sociedad: por un lado, el mundo de la cultura, las artes y la técnica; por otro, el mundo en su estado más natural, de tal forma que estos seres se constituían en una especie de cultura en estado salvaje.
Las representaciones de los vasos arcaicos expresan claramente su doble naturaleza. Mientras que todos ellos eran representados desnudos [1], con cabeza, busto y extremidades superiores de hombre, cuerpo y extremidades inferiores de caballo; Quirón y Folo [2] eran representados con cabeza, cuerpo y extremidades inferiores delanteras humanas a las que se añade una grupa de caballo, yendo vestidos con una túnica. De este modo, la propia representación subraya la ambigüedad del Centauro, el reparto de lo humano y lo animal.
[1] Simbolismo de naturaleza, de estado puro.
[2] Simbolismo de cultura, arte y técnica.
Paradójicamente, los que podíamos denominar como “Centauros buenos”, aquellos que brindaron al hombre lo que poseían, esto es, Quirón y Folo, terminarían siendo víctimas, si bien es cierto que de manera no deseada, del todavía mortal Heracles, quien los hirió involuntariamente con las flechas que éste había sumergido en la bilis de la Hidra de Lerna, las cuales producían heridas mortales en los mortales y heridas incurables en los inmortales. En efecto, con ocasión de la matanza de los Centauros a cargo de Heracles, Quirón, que estaba de parte del héroe, fue herido accidentalmente por una de estas flechas y, dado que Quirón era inmortal, la herida no le ocasionó la muerte sino una terrible yaga incurable que atormentaba al buen Centauro y le hacía desear, por ello, la imposible muerte, la cual terminaría por alcanzar gracias a Prometeo.
De Prometeo, primo de Zeus, se dice que creó a los primeros hombres modelándolos con arcilla. Con ocasión de un sacrificio solemne había hecho dos partes de un buey, en un lado puso la carne y las entrañas, recubriéndolas con la piel del animal; en otro puso los huesos, cubriéndolos con grasa blanca. Tras esto, dijo a Zeus que eligiera su parte, que el resto quedaría para los hombres; Zeus escogió la grasa blanca y, al descubrir que sólo contenía huesos, sintió un profundo rencor hacia Prometeo y los mortales, que habían sido favorecidos por aquella astucia. Con el fin de castigarlos, Zeus decidió no volver a enviarles el fuego pero Prometeo acudió en auxilio de los hombres sustrayendo el fuego de la fragua de Hefesto ( Vulcano ), ante lo cual Zeus decidió castigar tanto a los mortales como a su bienhechor. Contra los primeros envió a la primera mujer, Pandora [1], creada por Hefesto y Atenea con ayuda de todos los dioses, cada uno de los cuales le concedió una cualidad; así, recibió la belleza, la gracia, la persuasión, etc., pero Hermes puso en su corazón la mentira y la falacia [2], de tal manera que Pandora fue el regalo que todos los dioses ofrecieron a los hombres para su desgracia. Más adelante, y picada por la curiosidad, Pandora destaparía la caja que contenía todos los males, los cuales se esparcieron por toda la Tierra excepto La Esperanza, que no salió de la caja porque Pandora acertó a cerrarla antes de que ello ocurriera.
[1] ¿Había alguien que dudara que la mujer es un castigo desde el principio de los tiempos? :)
[2] ¿Son necesarias más pruebas?
De Prometeo, primo de Zeus, se dice que creó a los primeros hombres modelándolos con arcilla. Con ocasión de un sacrificio solemne había hecho dos partes de un buey, en un lado puso la carne y las entrañas, recubriéndolas con la piel del animal; en otro puso los huesos, cubriéndolos con grasa blanca. Tras esto, dijo a Zeus que eligiera su parte, que el resto quedaría para los hombres; Zeus escogió la grasa blanca y, al descubrir que sólo contenía huesos, sintió un profundo rencor hacia Prometeo y los mortales, que habían sido favorecidos por aquella astucia. Con el fin de castigarlos, Zeus decidió no volver a enviarles el fuego pero Prometeo acudió en auxilio de los hombres sustrayendo el fuego de la fragua de Hefesto ( Vulcano ), ante lo cual Zeus decidió castigar tanto a los mortales como a su bienhechor. Contra los primeros envió a la primera mujer, Pandora [1], creada por Hefesto y Atenea con ayuda de todos los dioses, cada uno de los cuales le concedió una cualidad; así, recibió la belleza, la gracia, la persuasión, etc., pero Hermes puso en su corazón la mentira y la falacia [2], de tal manera que Pandora fue el regalo que todos los dioses ofrecieron a los hombres para su desgracia. Más adelante, y picada por la curiosidad, Pandora destaparía la caja que contenía todos los males, los cuales se esparcieron por toda la Tierra excepto La Esperanza, que no salió de la caja porque Pandora acertó a cerrarla antes de que ello ocurriera.
[1] ¿Había alguien que dudara que la mujer es un castigo desde el principio de los tiempos? :)
[2] ¿Son necesarias más pruebas?
(Velázquez)
Una vez castigados los hombres con el envío de Pandora, Zeus castigó a Prometeo encadenándolo a una roca, jurando por La Estige que jamás lo desataría de ahí, y enviándole un águila que le devoraba el hígado, el cual se regeneraba constantemente a fin de que el sacrificio fuera perpetuo. Sin embargo, cuando en una ocasión Heracles pasó por el lugar, mató al águila de un flechazo y liberó a Prometeo, mientras que Zeus, satisfecho por la hazaña que aumentaba la gloria de su hijo, no protestó sino que ordenó a Prometeo que, en lo sucesivo, llevase un anillo fabricado con el acero de sus cadenas y un trozo de la roca a la que había estado encadenado. De esta manera su juramento no sería violado puesto que una atadura de acero continuaba uniendo a Prometeo a la roca.
Volviendo ahora a Quirón, deseoso éste de morir por el efecto que le causaba la flecha disparada por Heracles y no poder hacerlo por ser inmortal, llegó a un acuerdo con Prometeo de cederle la inmortalidad. De este modo, Prometeo alcanzó la inmortalidad y Quirón consiguió la tan ansiada muerte que lo libró de los terribles dolores que le producía la herida.
Volviendo ahora a Quirón, deseoso éste de morir por el efecto que le causaba la flecha disparada por Heracles y no poder hacerlo por ser inmortal, llegó a un acuerdo con Prometeo de cederle la inmortalidad. De este modo, Prometeo alcanzó la inmortalidad y Quirón consiguió la tan ansiada muerte que lo libró de los terribles dolores que le producía la herida.
( 16 ) - La Estige
(Antonio Balestra)
La Estige era una laguna infernal que discurría bajo tierra y de localización controvertida. Madre e hijos, junto a los Cíclopes y los Hecatonquires [1], participaron en la Titanomaquia [2] a favor de Zeus, lo que les valió, a los hijos, vivir junto a él en lo sucesivo, y a la Estige, el honorífico privilegio de que el juramento pronunciado en su nombre ( “lo juro por la Estige” ) sea sagrado y, por tanto, de obligado compromiso incluso para los dioses, de tal manera que el dios perjuro ante la Estige era condenado a no recibir ni néctar ni ambrosía [3] durante un año y a no participar durante nueve años en los consejos y en los festines de los dioses, recuperando sus prerrogativas al cabo de diez años.
Fue en la Estige donde Tetis bañó a su hijo Aquiles buscando su invulnerabilidad, la cual consiguió, tal y como es suficientemente conocido, salvo en los talones, por ser este el lugar por donde Tetis asió al niño mientras lo sumergía en las aguas de la laguna. También en la Estige vivían las Ninfas que vimos ayudar a Perseo en su empresa contra Medusa.
Fue en la Estige donde Tetis bañó a su hijo Aquiles buscando su invulnerabilidad, la cual consiguió, tal y como es suficientemente conocido, salvo en los talones, por ser este el lugar por donde Tetis asió al niño mientras lo sumergía en las aguas de la laguna. También en la Estige vivían las Ninfas que vimos ayudar a Perseo en su empresa contra Medusa.
[1] Seres monstruosos de cien brazos ( Hekaton = cien; quiros = manos ).
[2] Lucha entre Zeus y su padre Crono en la que éste contó con la ayuda de algunos Titanes.
[3] Respectivamente, la bebida y la comida de los dioses.
[2] Lucha entre Zeus y su padre Crono en la que éste contó con la ayuda de algunos Titanes.
[3] Respectivamente, la bebida y la comida de los dioses.
( 17 ) - Epinicios
La obra cumbre de Píndaro, Epinicios, es un conjunto de odas laudatorias destinadas a celebrar y engrandecer el triunfo de los vencedores en los juegos deportivos atléticos [1], compuestas por encargo de éstos. La obra está agrupada en cuatro partes cada una de ellas dedicada a uno de los cuatro juegos deportivos panhelénicos, de tal forma que consta de odas Olímpicas (14), odas Píticas (12), odas Ístmicas (8) y odas Nemeas (11).
El epinicio era una composición lírica coral, es decir, cantada y bailada por un coro con acompañamiento de lira o flauta, de ahí que podamos decir que de lo que disponemos es tan sólo un tercio del conjunto original perdidas irremisiblemente la música y la coreografía. El epinicio, plagado de alusiones a la Mitología, formaba parte de una fiesta sacra, una especie de “acción de gracias” del vencedor por la victoria. Los propios juegos, no lo olvidemos, eran tan sólo un componente de los ritos religiosos, lo cual explica, asimismo, la importancia del elemento mítico y la presencia divina en este tipo de composiciones. Asimismo, junto al mito y la exaltación de la figura del vencedor, existe un tercer elemento importante en la estructura del epinicio: la máxima. En esta parte, el poeta expone su concepción de la vida y sus reflexiones sobre los grandes temas, refiriéndose a la condición humana, al riesgo que comporta toda acción, a la obligatoriedad del esfuerzo para alcanzar el éxito, a la imprescindible necesidad de la ayuda divina, a lo imprevisible del destino, a las limitaciones del hombre frente al dios, etc., todo un repertorio de lo que constituían las preocupaciones esenciales de la época.
Píndaro nació en Cinoscéfalos, pequeña localidad beocia próxima a Tebas, en el 518 a.C., en el seno de una familia aristocrática. Su fama comenzó a extenderse pronto, habiendo compuesto odas dedicadas a una selecta clientela: reyes y tiranos de Siracusa, Acragante o Cirene, y atletas procedentes de poderosas familias de Corinto, la Magna Grecia, Egina, Tebas y hasta de su poco grata Atenas [2]. Sus primeros epinicios, compuestos entre 498 y 490 a.C., son Píticas y, a partir de 460 a.C., su actividad decae y refleja cierta tristeza, quizás motivada por las preocupaciones políticas que enfrentaron otra vez a Tebas y Atenas [3]. A partir de 446 a.C., momento en que compone la Pítica VIII y las Nemeas X y XI, se pierde el rastro del poeta aunque, según la tradición, su vida fue muy longeva.
Píndaro, pues, es un autor de capital importancia por ser el primer lírico griego del que se conserva una considerable producción no fragmentaria y por alcanzarse en él la perfección de la lírica coral griega. Para la lírica, Píndaro representa una cima análoga a la de Homero para la épica, representando, por tanto, una de las figuras indispensables en la historia de la literatura universal.
[1] A excepción de la Pítica XII, dedicada a un flautista.
[2] Atenas estaba por aquel entonces en conflicto con Tebas.
[3] Batallas de Tanagra y Coronea.
El epinicio era una composición lírica coral, es decir, cantada y bailada por un coro con acompañamiento de lira o flauta, de ahí que podamos decir que de lo que disponemos es tan sólo un tercio del conjunto original perdidas irremisiblemente la música y la coreografía. El epinicio, plagado de alusiones a la Mitología, formaba parte de una fiesta sacra, una especie de “acción de gracias” del vencedor por la victoria. Los propios juegos, no lo olvidemos, eran tan sólo un componente de los ritos religiosos, lo cual explica, asimismo, la importancia del elemento mítico y la presencia divina en este tipo de composiciones. Asimismo, junto al mito y la exaltación de la figura del vencedor, existe un tercer elemento importante en la estructura del epinicio: la máxima. En esta parte, el poeta expone su concepción de la vida y sus reflexiones sobre los grandes temas, refiriéndose a la condición humana, al riesgo que comporta toda acción, a la obligatoriedad del esfuerzo para alcanzar el éxito, a la imprescindible necesidad de la ayuda divina, a lo imprevisible del destino, a las limitaciones del hombre frente al dios, etc., todo un repertorio de lo que constituían las preocupaciones esenciales de la época.
Píndaro nació en Cinoscéfalos, pequeña localidad beocia próxima a Tebas, en el 518 a.C., en el seno de una familia aristocrática. Su fama comenzó a extenderse pronto, habiendo compuesto odas dedicadas a una selecta clientela: reyes y tiranos de Siracusa, Acragante o Cirene, y atletas procedentes de poderosas familias de Corinto, la Magna Grecia, Egina, Tebas y hasta de su poco grata Atenas [2]. Sus primeros epinicios, compuestos entre 498 y 490 a.C., son Píticas y, a partir de 460 a.C., su actividad decae y refleja cierta tristeza, quizás motivada por las preocupaciones políticas que enfrentaron otra vez a Tebas y Atenas [3]. A partir de 446 a.C., momento en que compone la Pítica VIII y las Nemeas X y XI, se pierde el rastro del poeta aunque, según la tradición, su vida fue muy longeva.
Píndaro, pues, es un autor de capital importancia por ser el primer lírico griego del que se conserva una considerable producción no fragmentaria y por alcanzarse en él la perfección de la lírica coral griega. Para la lírica, Píndaro representa una cima análoga a la de Homero para la épica, representando, por tanto, una de las figuras indispensables en la historia de la literatura universal.
[1] A excepción de la Pítica XII, dedicada a un flautista.
[2] Atenas estaba por aquel entonces en conflicto con Tebas.
[3] Batallas de Tanagra y Coronea.
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